Es que no se trata de una película que pasará a la historia por su trama, seguramente; pero el trabajo de sus dos intérpretes, Guillermo Francella y Luis Brandoni, vale todo el filme.
En opinión de quien escribe, se trata de una película sobre la amistad; amistad de dos tipos que no son ni parecidos en casi nada, pero que se quieren entrañablemente, y se respetan como son. Lo mismo que los amigos reales, digo, me parece, a contramano de muchas opiniones distintas sobre esta cuestión de la película.
Francella es Arturo, un mercante (marchand, para decirlo fino) del arte visual, apasionado por el dinero, simpático y entrador como quisieran ser todos los fariseos; y Brandoni es Renzo, un artista que pasó de moda, neurótico intolerante con las maldades del mundo.
La historia fue ideada por Andrés Duprat, hermano del director, y tiene pinceladas retratando realidades del mundo mercantil/artístico realmente notables; el Duprant director, Gastón, aprovecha con pulso firme esos retratos, en gags magistralmente resueltos, algunos de franco humor negro.
La fotografía, de Rodrigo Pulpeiro, es el otro elemento enaltecedor de un filme que vale la pena ver.
Ya se dijo: lo mejor de la película es el trabajo de sus dos intérpretes, que muestran sus personajes con rigor realista: se nota tanto el afecto auténtico que se tienen en la vida real, como (en el caso de Brandoni) su condición de conocedor de las artes visuales (incluyendo la poesía, por cierto) que ha expuesto muchas veces; o en el caso de Francella, su fascinante capacidad de entrar en la piel de personajes difíciles y hasta peligrosos por su ambivalencia constante.
Por supuesto que hay personajes secundarios importantes: el de Andrea Frigerio, la galerista amiga de Antonio, está magníficamente resuelto; el de Alex, del español Raúl Arévalo, parece injertado en la trama pero también merece rescatarse por el trabajo actoral, en especial en la última parte.
