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Argentina: Veníamos mal y vamos peor

En esta nota, el autor analiza la situación actual de la realidad nacional con un enfoque estructural. Intenta demostrar que más allá de los diferentes gobiernos que se vienen sucediendo en la Argentina,las
políticas de fondo se mantienen en función de los intereses de los capitales más concentrados, que han logrado colonizar a los partidos políticos que llegan al gobierno y de ese modo han puesto a la democracia al servicio de su proyecto neocolonial.

De acuerdo a las cifras informadas por el recompuesto INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), base del sistema estadístico oficial que había sido casi arrasado por el gobierno kirchnerista, la situación social de los argentinos dista mucho de ser adecuada, en función de nuestro potencial de país. Un tercio de la población argentina vive en situación de pobreza, lo que significa que no alcanza a satisfacer un conjunto de necesidades elementales para tener una vida digna. Pero además, un porcentaje significativo, aunque por encima de esa línea, está en niveles muy cercanos y con peligros concretos de caer debajo si la situación no cambia de manera favorable. Mucho más grave es el panorama si consideramos que la franja etárea en peor situación son los menores, donde la pobreza llega a casi la mitad del total. Para tener una idea de la magnitud del daño presente y potencial, basta con señalar que los menores de dos años que reciben una deficiente alimentación sufrirán daños cerebrales que serán irreversibles para el resto de sus días.

¿Cómo explicar que la tercera parte de los argentinos debe vivir en medio de privaciones y que casi el cincuenta por ciento de los menores estén condenados a un presente de sacrificios y un futuro lamentable? ¿Acaso somos tantos los que vivimos en este territorio, o es tan pobre el territorio para albergar dignamente a quienes vivimos en él? La realidad muestra otra cosa. La población argentina total supera apenas los cuarenta millones de personas, en un mundo donde habitan más de siete mil trescientos millones, es decir, somos unos pocos respecto del total mundial. Pero además, tenemos uno de los territorios más ricos, el octavo en el planeta por su extensión, con una variedad de suelos, climas y riquezas para producir alimentos, energía, y otra variedad de bienes necesarios para la vida. Y a pesar de que atravesamos un período de crecimiento económico excepcional desde el año 2003, ese panorama social crítico no cambio de manera sustancial.

Sucede que aunque seamos beneficiarios de una riqueza enorme, somos también un país saqueado y arrasado, organizados dentro de un sistema social que hoy se ha impuesto en casi todo el planeta (el capitalismo) y en el cual nos insertamos de manera dependiente y subordinada desde nuestros inicios como nación, en la segunda mitad del siglo XIX. Y desde entonces, habiendo pasado por distintas etapas en esta evolución histórica, nunca logramos romper los lazos de nuestra dependencia ni construir una nación soberana con forma de organización, de convivencia, de producción y de consumo, que brinde condiciones de vida digna a todos los que habitamos en ella.

Parafraseando a un ex presidente que llegó al cargo prometiendo a los argentinos el “salariazo” y la “revolución productiva” (pero luego hizo todo lo contrario), y que sostenía durante su gobierno la frase
“estamos mal, pero vamos bien”, hoy nos encontramos en una situación similar, por lo que en realidad lo que debería decirse es, precisamente, “veníamos mal, y vamos peor”. Las siguientes reflexiones tratarán de fundamentar esta apreciación, partiendo de la afirmación de que el actual proceso que vivimos es una profundización del nuevo modelo económico social que se instaló en la Argentina desde fines del siglo XX, modelo que denomino “neocolonial, extractivista depredador, de saqueo y corrupción”.

Para comprender mejor, al menos desde una mirada crítica, lo que sucede con la sociedad argentina y cuál es el futuro posible si todo continúa igual, haré algunas consideraciones previas para poner en común ciertos elementos y conceptos necesarios en el análisis, y que se utilizarán en estas reflexiones sobre nuestro presente y nuestro futuro.

A la vez, evaluar los potenciales escenarios que pueden vivir los argentinos, en la medida de que continúen ciertas tendencias que caracterizan el funcionamiento económico y social de nuestro país requiere también arrancar mirando un poco hacia atrás, para comprender el proceso y los antecedentes que configuran los rasgos centrales de la situación actual. La Argentina es un país capitalista dependiente, que a lo largo de su historia como tal ha pasado por diferentes etapas que han moldeado su estructura actual, etapas que algunos llamamos ‘modelos de acumulación’. Cada período expansivo o ‘modelo de acumulación’ ha durado décadas y ha tenido momentos de gestación y surgimiento, de despliegue o desarrollo, de auge, de agotamiento y de crisis terminal. Esta última (la crisis terminal o estructural) indica un momento de transición entre un modelo de acumulación que va muriendo y otro que va naciendo.

Es importante entender en qué momento estamos, cuáles son sus características, cuáles los sectores económicos sobre los que se asientan las principales actividades, cuál es su dinámica de funcionamiento, quiénes se benefician centralmente y quiénes se perjudican o son relegados por el modelo y por las políticas públicas, y finalmente hacia dónde vamos si todo continúa igual. Es decir, que de acuerdo a lo mencionado antes, la idea es entender el actual modelo de acumulación, sus lógicas, su estructura y las perspectivas.


Lo que fue: Modelo ISI y el inicio de una larga crisis



Hacia mediados de los años ’70 del siglo XX estaba vigente el llamado modelo ISI (industrialización por sustitución de importaciones) en su segunda etapa denominada la ISI compleja, que como parte de la periferia del capitalismo mundial había permitido a la Argentina alcanzar importantes niveles de avance en términos económicos, sociales, educativos y científicos. A pesar de las críticas que le hacíamos y hacemos a ese período histórico, es indudable que permitió a gran parte de la población gozar de beneficios que hoy parecen de otro mundo: pobreza que afectaba a un 2 a 3% del total, desocupación casi inexistente, una educación ejemplar en todo el continente, el país de América Latina con menores desigualdades sociales, etc. Pero los propios logros para amplias franjas de la población significaban también frenos al control oligopólico de los sectores económicos más concentrados de la economía argentina, ligados con fuertes poderes transnacionales que tradicionalmente condicionaron al país.

Una larga crisis, con etapas.



Ese modelo ISI va a ser atacado y erosionado por los sectores más poderosos, que buscarán a través de su fuerte participación en los diferentes mercados como también en la presión ejercida sobre funcionarios estatales y fuerzas políticas, un drástico cambio de rumbo. Entiendo que el mismo gobierno constitucional justicialista de entonces comienza ese viraje hacia el año 1975, con políticas concentradoras y excluyentes, con el histórico “Rodrigazo”. El bestial ajuste sobre los sectores populares generó resistencias y debió acompañarse con políticas represivas (legales y abiertamente ilegales como los grupos parapoliciales de la Triple A).

La intención del gobierno de entonces podría haber sido impedir un golpe de estado, promovido históricamente por los sectores dominantes para aplicar políticas en su propio beneficio, anticipándose y aplicándolas desde el propio gobierno constitucional. Sin embargo, ese cambio de rumbo no evitó el golpe de marzo de 1976 y una profundización gigantesca de las políticas antipopulares.

Se abre así uno de los períodos más oscuros de nuestra historia, con la dictadura cívico-militar genocida comandada por la Junta Militar que se autodenominó Proceso de Reorganización Nacional. Su propia denominación resumía el intento de volver a organizar la nación, en función de los intereses de los sectores dominantes, a partir de una profunda crisis estructural que rompiera las bases de sustentación del modelo vigente.

La larga y profunda crisis global pasaría por varias fases, que terminarían finalmente con la demolición del modelo ISI y de sus pilares centrales (industria sustitutiva, capacidad de compra del mercado interno, estado intervencionista que apoyaba ese proceso).

Una primera fase abarcó desde mediados de los ’70 hasta el ’83, cuando la ISI es ‘herida de muerte’. La segunda fase se transitó con el retorno a la democracia, entre 1983 y 1989, donde el modelo ISI continuaba agonizante, se resistía a desaparecer pero no se recuperaba. Debió venir el justicialismo menemista de los ’90 para protagonizar la ‘demolición’ de la ISI, a la vez que gestar las bases de un nuevo modelo que se va a desplegar recién después de superada la profunda recesión de fines del siglo XX.

Un nuevo modelo del proyecto dominante



Hoy podemos hablar de que en la Argentina del siglo XXI surgió un nuevo modelo económico-social que caracterizamos como neocolonial, extractivista depredador, de saqueo y corrupción. Es la forma que adoptó el capitalismo dependiente, en función de lo sucedido en el país desde mediados de los ’70, pero también del marco mundial capitalista en el que se inserta nuestra nación. Marco mundial que he caracterizado como una crisis sistémica y civilizatoria, que de continuar amenaza con graves colapsos y hasta el fin de la humanidad en el planeta.

Modelo Neocolonial en el sentido de que quienes definen la centralidad del crecimiento y los principales sectores de la economía no son actores nacionales, sino las corporaciones extranjeras y el capital financiero internacional. No existe ni siquiera un intento de proyecto nacional que tenga en cuenta los intereses estratégicos del país y las condiciones de vida del conjunto de la sociedad.

Los principales sectores económicos están en manos de los grandes conglomerados de propiedad de presidentes en el exterior, que controlan los mercados y ramas de la economía más dinámicas, y cuyos intereses no están dentro del país. Existen, es cierto, grupos económicos nacionales, socios minoritarios de las corporaciones, pero con un similar comportamiento de voracidad y rapiña. Extractivista depredador en el sentido de que las ramas económicas de mayor crecimiento en lo que va del siglo XXI (esta nueva etapa histórica) se basan en la depredación de nuestras riquezas y nuestros bienes comunes, y la proyección a futuro significa la segura destrucción de los recursos sobre los que se apoya cada sector, además de generar contaminación creciente.

Así tanto la megaminería a cielo abierto como la extracción furiosa de las reservas hidrocarburíferas (en especial con la introducción del fracking) implican procesos gigantescos donde se van sacando riquezas
con tecnologías explosivas y altamente contaminantes, que terminan con todo lo que tiene vida en vastas regiones donde se realizan. Y no sólo dejan un pasivo ambiental irrecuperable, sino que tienen corta vida.

Lo mismo sucede con el avance de los procesos de monoproducción de transgénicos con uso intensivo de agrotóxicos, que van destruyendo la fertilidad del suelo y la diversidad biológica, contaminando los acuíferos y envenenando lentamente la población expuesta de una amplia región del territorio nacional. Algo similar muestra uno de los sectores industriales estratégicos de este modelo, como es la armaduría automotriz, que tiene un componente de casi 80% de insumos y partes importadas, y que requiere ingentes cantidades de combustibles a futuro, cuando las perspectivas del mundo pronostican seriamente colapsos energéticos ante el agotamiento de los combustibles fósiles.

De saqueo y corrupción en el sentido de que lo que vamos destruyendo con nuestra actividad ni siquiera nos sirve a los argentinos, ya que se trata de sectores en manos de las grandes corporaciones extranjeras, que se llevan no sólo los ricos recursos que extraen sino también las ganancias que logran con su actividad. Para permitir ese saqueo gigantesco, es necesario un poder político adicto que permite esta megacorrupción, y que a la vez se cobra por sus servicios con acciones de corrupción menores (en términos comparativos). Corrupción que terminan reproduciendo en casi todos los niveles de la estructura estatal y en diferentes ámbitos de la sociedad civil.

Los responsables del nuevo modelo



Menem lo esbozó… Porque los rasgos centrales del nuevo modelo, en términos de sectores principales, estructura jurídica, inserción internacional, etc, se fueron esbozando en los años ’90. Sólo que había algunas tareas pendientes que sólo fueron posible con la profundización casi inédita de la crisis final que se vivió en 2001-2002.

Kirchner lo desplegó y consolidó… Porque desde mediados del 2003 se fue reactivando la economía y la estructura que creció y se consolidó desde entonces, fue sobre la base de los sectores que se habían armado en los ’90. Pero recién iban a desplegarse luego de que la profunda crisis de fines de siglo impusiera una drástica caída de los salarios y de los ingresos de amplios sectores de la población. Desde entonces, el modelo pasó por dos sub-etapas: una primera, con una fuerte expansión económica, de consumismo y subsidios clientelares (hasta 2009-2010), y una segunda, de amesetamiento productivo y grandes desequilibrios macroeconómicos, de creciente ajuste y represión, los motores del crecimiento de la primera sub-etapa del nuevo modelo, que denomino de “consumismo y subsidios clientelares”, fueron posibles a partir de las enormes ganancias obtenidas por las empresas, en especial las más grandes y concentradas, por la gran capacidad ociosa que dejó la crisis (que les permitía producir sin grandes inversiones), la abundante y baratísima mano de obra existente, y por un factor adicional clave: los altos precios en el mercado mundial de los productos exportados por la Argentina (en especial la soja y sus derivados).

Eso le permitió al Estado obtener altísimos ingresos (que derivaban de muchos impuestos indirectos que crecían en paralelo a la inflación y de los derechos a las exportaciones de bienes primarios), y al país
tener una entrada de divisas por las mayores exportaciones (en volumen y en valor). Esto generó lo que se denominaba como los superávits gemelos (fiscal y comercial), que le dio un impulso sostenido a la
economía y alargó el período expansivo.

Pero el propio éxito del modelo fue llevando al agotamiento de las condiciones iniciales favorables, los motores se fueron apagando, y va a entrar en escena una segunda sub-etapa, que denomino de “creciente ajuste y represión”.

En los últimos años del gobierno kirchnerista se hacía más difícil sostener el ritmo inicial de crecimiento y generación de empleo. Las ganancias de los grupos más concentrados se encontraban con obstáculos por la resistencia de los asalariados que con más fuerza y menor desocupación lograban una creciente recuperación de su poder adquisitivo.

El Estado clientelar y subsidiador (de los grandes conglomerados empresarios) se fue desfinanciando. Las pésimas políticas energéticas y el saqueo de los recursos hidrocarburíferos llevaron a un fuerte déficit externo con la consiguiente salida de divisas. Todo eso agravado con la decisión de pagar cada vez más por una deuda fraudulenta, por la remesa de utilidades de las empresas extranjeras a sus casas matrices, y por la fenomenal fuga de capitales de los sectores más concentrados.

Como marco general de este cambio interno en las condiciones iniciales expansivas del modelo, en el mundo se genera una crisis que aún no se ha superado, y que empieza a afectar el alto nivel de los precios de nuestros productos exportados. Además, los principales compradores de la Argentina entran en recesión y no sólo disminuyen fuerte sus compras, sino que también presionan con mayores ventas en el mercado mundial. Ello conduce a una reversión del fuerte superávit externo, a perder rápidamente divisas y agravarse el estado de la economía.

Devaluación (por escasez de divisas), inflación por devaluación y manejo oligopólico del mercado por las corporaciones. Pérdida del poder de compra de asalariados, pasivos y otros sectores populares. Se acrecientan los conflictos sociales, las demandas y los reclamos. Y la represión comienza a reaparecer con fuerza. Sucede durante la última etapa del gobierno kirchnerista, y ya se anticipaba cualquiera fuera
el que lo sucediera de los candidatos con mayor probabilidad de llegar a la presidencia (Macri, Scioli y Massa).

En la medida de que no se cuestionara la esencia del nuevo modelo impuesto en la Argentina por el poder económico, se hacía cada vez más difícil al sistema político que lo avala continuar adelante sin profundizar el ajuste y la represión. Sin los precios astronómicos de las exportaciones del complejo sojero era imposible sostener un proceso de entrega de nuestros recursos, de subsidios a los grandes grupos empresariales, y a la vez continuar con los masivos subsidios clientelares a vastos sectores de la población que no tienen cabida productiva en el nuevo modelo. Esto último porque los sectores más dinámicos no son generadores importantes de empleo y las alternativas empresarias de pequeña magnitud no pueden competir con las firmas más concentradas del país y del mundo.


Macri lo profundiza, la sociedad lo apoya… El vandalismo de las corporaciones.



En diciembre de 2015 se hace cargo del gobierno una nueva alianza partidaria con Macri a la cabeza, que derrota al partido que gobernó hasta entonces. En el panorama superficial de la partidocracia, asistimos ahora a un nuevo enfrentamiento entre oficialismo macrista y oposición kirchnerista, acusándose ambos de la difícil situación social.

Pero más allá del falso enfrentamiento entre kirchneristas y macristas, que ya se venía dando desde tiempo atrás y se busca continuar en la nueva etapa política, las peleas no rozan siquiera la esencia del modelo vigente. Todo el arco partidocrático apoya sus bases esenciales, que constituyen actividades no sustentables y de corto plazo.

Esto significa seguir pagando cada vez más por una deuda fraudulenta e inexistente que hemos pagado varias veces y cada vez debemos más, seguir promoviendo la megaminería depredadora en manos de las firmas extranjeras y arrasando territorio, seguir avanzando en la extracción de gas y petróleo con la técnica destructiva del fracking, continuar apoyando los agronegocios saqueadores y contaminantes que controlan los pulpos internacionales, continuar también con la  promoción de la armaduría automotriz sin futuro y la armaduría electrónica que agravan la salida de divisas.

Esta preocupante realidad se hace más grave aún con el nuevo gobierno, que como un botón de muestra de hasta dónde llega su intención de cambio en relación con el gobierno anterior, se limita a entregar el
manejo de áreas completas y numerosas del Estado a ejecutivos de grandes corporaciones extranjeras, que vienen saqueando la nación desde hace tiempo. Lo que se complementa con medidas de retiro de los controles estatales ante mercados que manejan esos mismos intereses de manera brutal.

Con estas políticas neoliberales, el vandalismo de las corporaciones se apodera de la economía y con una inflación alarmante, en especial en bienes de primera necesidad, conduce a vastos sectores sociales
a una situación de creciente pobreza y miseria. Todo eso sostenido con un nuevo proceso de endeudamiento externo que nos conducirá a la pérdida total de nuestra soberanía y a futuros episodios de saqueo y chantaje de parte de los capitales usureros internacionales. Y al transitar ese nuevo proceso de endeudamiento masivo se amenaza a la sociedad de que es eso o el caos. Y que es la única manera de sostener el nivel de consumo actual sin provocar un ajuste fenomenal de la economía.

Quizás tan grave como todo lo relatado, es que gran parte de la sociedad acepta el rumbo de la economía y las bases del nuevo modelo, porque prefiere mantener el consumo de corto plazo sin pensar en sus consecuencias futuras y los horrores que vendrán. Y además no quiere escuchar posturas ‘alarmistas’ o propuestas de cambio que impliquen modificar el actual estatus que les implica este modelo neocolonial.

La marcha de las últimas décadas, los espejitos de colores que ofrecen las corporaciones y los productos importados, el papel clave de la propaganda y de los grandes medios de in-comunicación y desinformación, han operado como fuertes drogas que narcotizaron la mente de millones de argentinos. Así como antes aceptaron pasivamente el crecimiento exponencial de las mafias y la corrupción gubernamental, hoy prefieren creer en las incumplibles promesas de un futuro de grandezas sobre la base de más deuda y más entrega.

Pero así como el relato fantástico del kirchnerismo “nacional y popular” duró lo que duraron las condiciones favorables de la situación económica, el nuevo relato de “la gestión eficiente” tendrá también su punto culminante cuando se vea que el paraíso prometido de las inversiones milagrosas de los capitales extranjeros sólo redundará en beneficios fabulosos para las propias corporaciones pero a costa de una mayor exclusión y un agravamiento sin límites de las condiciones de vida de amplias franjas de la población argentina.

Mientras tanto, la tarea de quienes analizamos la realidad en profundidad y descubrimos tanta basura debajo de la alfombra, no puede ser convalidar ese engaño, sino alertar e informar para ir construyendo una mirada crítica y una propuesta alternativa, que busque otros rumbos en dirección a una sociedad más humana y sustentable, más equitativa, donde todos tengan derecho a la felicidad. Un mundo que deberemos construir entre todos y desde ahora, ya que no existe un futuro predeterminado, sino que lo que nos toque será la consecuencia de lo que hagamos o no, desde ahora.


(*) Luis Lafferriere: Contador - Mg. Dirección de Empresas – Docente universitario de economía política – Director del Programa de Extensión “Por una nueva economía, humana y sustentable” (Comunicación Social – UNER). Miembro de la Junta Abya Yala por los Pueblos Libres – Miembro del Frente de Lucha por la Soberanía Alimentaria Argentina.

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