Abel trascendía a su función. Era un amigo. Y lo viví siendo parte de un grupo especial que había logrado conformar dentro de la Liga.
Compartí muchos viajes, dentro y fuera de la provincia. De esos espacios también me enriquecí.
Por sobro todo, Abel era una persona íntegra, cabal, buena gente, un excelente compañero que se destacaba como dirigente. Por su capacidad de trabajo, de diálogo, por su inventiva; Abel fue uno de los dirigentes deportivos que más me impresionó.
Debo reconocer que era una persona que buscaba consensuar. Siempre se mostró como una voz intermediaria para que el fútbol de Gualeguaychú pudiera avanzar. Puso siempre la cara por la Liga, normalizó todos sus estados, pese a los problemas que arrastraba.
Creo también que el fútbol de Gualeguaychú fue muchas veces injusto con él. En la cancha o cualquier otro espacio soportaba reclamos ajenos a su función. También de esto aprendí. De su paciencia y mirada para sobrellevar momentos que para cualquiera resultan insostenibles.
Pero quizás lo mejor de Abel esté en su persona, en el amor a su familia y a quienes siempre lo rodearon.