Si el 29 de diciembre de 2017 Nahir Galarza no hubiese disparado la pistola nueve milímetros de su padre policía dos veces ante Fernando Pastorizzo, aquella madrugada silenciosa de Gualeguaychú, hoy no estaría detenida y la víctima hubiera seguido su vida. Salvo que cualquier otra circunstancia se hubiese interpuesto en el destino de los dos jóvenes, eso está claro.

Es probable que Nando, como le decían, en el presente estuviera radicado en Paraná, donde pensaba estudiar Administración de empresas. Y Nahir quizá hubiese conocido, como soñaba, los Estados Unidos y su sueño de ser abogada penalista seguiría en pie.

No sólo eso: sin ese crimen, esta nota, y las anteriores, no se hubiesen escrito. Y tampoco habría proyectos de series, películas o libros sobre la joven de 21 años. Ni muñecas o remeras con frases suyas.

Ni tendría sentido decir que el 3 de julio de 2018, hace dos años, el Tribunal Oral de Gualeguachú, presidido por el juez Maricio Derudi, la condenó a prisión perpetua por el delito de homicidio agravado por el vínculo y el uso de arma de fuego.

Un asesinato marca para siempre el rumbo no sólo del que mata y el que muere, sino de sus mundos, de quienes los rodean.
“No quiero estancarme en esos días horribles”, dijo Nahir hace un año y medio.

Ella insiste en que fue un accidente, que esa noche Fernando la maltrató, le robó el arma al padre de Nahir, que estaba apoyada sobre la heladera, le apuntó a ella y luego salieron en moto. “Sentí una detonación y luego otra, y fue como que la mente se apagó”, declaró ella entre lágrimas ante los jueces.

En la primera entrevista que dio sostuvo:
—Yo creo que todo pasa por algo, y creo que, si no estuviera acá, en la cárcel, estaría en un lugar peor.
—Que no sería la vida.
—No.

Con esa respuesta fue clara. Siente que ella podría haber sido asesinada por Fernando. Nunca estuvo claro el móvil del hecho, si parte de la base que ella aseguró que sufrió violencia de género, pero al mismo tiempo que todo se trató de un accidente. “Jamás se me cruzó por la cabeza matar a nadie, eso es un horror”, le dijo al autor de esta nota en aquella entrevista en la cárcel de mujeres de Paraná, donde sigue detenida.

Nahir prefiere olvidar todo lo que ocurrió. Todo lo que la llevó a aquel juicio que conmocionó al país y que terminó con ella presa y con la posibilidad de que recupera la libertad en poco más de 30 años, si es que la pena no se modifica.

Nahir fue a la mayoría de las audiencias del juicio. Hasta declaró más de dos horas. Sus padres estuvieron presentes en la sala, aunque cada vez que iban les gritaban “asesinos”.

El día del veredicto Nahir iba a ir, aunque le asistía el derecho de no estar presente. Sus padres también pensaban acompañarla. “Si van, puede ser un conflicto, y hasta los pueden querer linchar”, les aconsejaron sus abogados a Marcelo Galarza y Yamina Kroh.
El lunes 2 de julio de 2018, un día antes de la sentencia, Nahir estaba decidida a ir (ser trasladada, en rigor) a la mañana siguiente hacia los tribunales de Gualeguaychú a escuchar el veredicto. Algo, quizá una falsa esperanza, le hizo pensar que no iba a ser condenada a cadena perpetua. Y, aun así, si esa fuera la pena, estaba dispuesta a enfrentar su destino.

Pero a último momento decidió no asistir a la audiencia final.

Pese a que sus padres le sugirieron que no fuera, ella les dijo: “No quiero esconderme, voy a dar la casa pase lo que pase”. Pero una carta de su madre, alertada por la “previa” del juicio que hicieron los canales de noticias el día antes, en los que hasta habían viajado peritos que no participaron del caso, pero que iba a opinar y a ver la reacción de Nahir al escuchar la pena, le hizo cambiar de opinión a Nahir.

Es un clásico: en todo juicio, las cámaras y los periodistas analizan como entomólogos los gestos del acusado o acusada.

En una sala donde apenas cabían 15 periodistas, sin contar a los familiares de la víctima, se habían acreditado cien.

“Esto es un circo, ya estás condenada”, fue el mensaje que su madre le hizo llegar.

En medio del juicio sus padres imaginaban que la pena sería otra. Sus padres vieron las imágenes del veredicto por televisión. Nahir se enteró escuchando la radio. “Quería ir. Pero es cierto que por un lado iban a decir que, si no iba, era no dar la cara. Pero si iba, iban a terminar diciendo que era tan caradura de aparecer y mostrarme bien vestida pese a ser condenada. Nunca hubo matices”, analizó Nahir ante sus abogados.

Tiempo después, le reveló:

—Siempre voy a llevar el dolor toda mi vida. Me siento mal porque ese día que busco olvidar terminó muriendo una persona joven. Ese peso lo llevaré toda mi vida. Yo hice el duelo que tenía que hacer. Reviví todo, con todo me refiero del hecho para atrás y hasta ese día, lo que me acordaba, porque sinceramente había cosas que no me acuerdo. Declaré en el juicio porque lo tenía que hacer, dar una explicación, me pareció que tenía que desprenderme de todo eso. Además de asimilar todo lo que me estaba pasando ese día, que lo tuve que contar en el juicio, fue muy difícil. Los nervios de tener a la prensa detrás mío, gente desconocida que fue a presenciar el juicio, jueces, fiscales, abogados. Fue muy difícil porque no soy de contar mis cosas, no me gusta contar nada sobre mí en realidad, hacerlo delante de todos además de lo difícil y feo que fue lo que viví y pasó. Cuando terminé de declarar salí y fui a ver a mis padres, lloré lo que tenía que llorar y ya está, dije, nunca más me quiero acordar esto, y me desprendí, no quiero volver al pasado. No quiero estancarme ni quedarme en ese día horrible. Todo lo que debía decir de ese día lo dije en el juicio. No quiero volver a hablar de este tema, además no quiero ser malinterpretada. Ya fui juzgada y condenada.

A dos años de la condena, Nahir pareciera ser otra. Después de sus primeros días en la cárcel, donde lloraba, tomaba antidepresivos y no comía, se mostró activa. Comenzó a leer compulsivamente, ver películas (se hizo fanática de El ángel, inspirada libremente en la vida del asesino Carlos Eduardo Robledo Puch) a escribir un libro (no es sobre el caso y ella prefiere no develar su contenido), dejó Derecho y estudia Psicología y participó en los talleres de poesía, de artesanías y en las clases de yoga.

Además, confecciona pulseras que vende a través de su madre. El dinero generado de las ventas es usado para comprar alimentos no perecederos para personas en situación de calle.
Por estos días lee un libro de cuentos de Ernest Hemingway, cocina tortas y flan y también planta semillas en macetas que aprendió a hacer.

Hace poco más de cien días que no ve a sus padres y a su hermano. Todas las semanas le llevan comida casera, helado y libros. Y en el penal le permiten hacer una videollamada, previo permiso, con un celular “oficial” del lugar para que ella y las demás detenidas puedan hablar con sus familiares.

En plena pandemia, Nahir hizo una huelga de hambre de una semana junto a dos compañeras, pero la abandonó después de bajar ocho kilos y sentirse mal. Hace una semana no la autorizaron para hacer un taller de escritura y tanto sus padres como Claudio Berón, uno de sus abogados, creen que le ponen obstáculos cada vez que ella quiere estudiar o progresar.

“Van en contra de los fines que tiene la pena, que es resociabilizar al interno. Cada vez que ella hace algo productivo, se lo cortan. Hay un hostigamiento porque cuando sale algo positivo de ella en los medios, la castigan, la requisan o en vez de incentivarla, buscan todo lo contario. Afortundamente, ella no baja los brazos”, dijo Berón a Infobae.

La joven lee, estudia, escribe, ve televisión y habla con una compañera de la que se hizo amiga. No tiene novio y si lo tuviera, no podría tener visitas íntimas por el Covid-19.

“En la escritura y en la carrera de Psicología encontré mi vocación. Siento que escucho y observo y puedo percibir cómo está el otro. También empecé a conocerme más”, le comentó a una compañera.

Fuente: Infobae
Caso Pastorizzo A 2 años de la condena
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