Por Paola Robles Duarte

Llevaba un rato largo sentado en el banco de madera, mirando los afiches pegados sobre la puerta cerrada. Debajo de sus pies, el piso con mandalas de origami se movía de acuerdo a la sombra o al parpadeo de un foco bamboleante. Había esperado tanto tiempo por alguna novedad sobre el paradero de su hermana, que podía esperar un rato más. Junto al movimiento de la calle comenzó a oír el ruido de las puertas y los pasos de los empleados apurados por llegar a sus escritorios. Entonces fue invitado a pasar a uno de los despachos del entrepiso del edificio de Tribunales.

Al final de la escalera, un hombre estiró el brazo y estrechó la mano de Juan Sola.

Faltaban pocos días para que se cumplieran los 29 años de aquella tarde de marzo en la que Blanca Susana, su hermana de 14 años, desapareciera en las inmediaciones de las calles Schachtel y 2 de Abril, sin dejar rastro.

“Le pido perdón en nombre del Estado, lo que ocurrió con el expediente de su hermana no debería haber pasado. Pero pasó, y creo que corresponde hacerme cargo de la situación, pedirle disculpas aunque sean insuficientes e informarle que voy a ordenar la inmediata reconstrucción de la causa”. Esas fueron las palabras del Dr. Ignacio Telenta, quien juró como Juez de Garantías y Transiciones N° 2 de Gualeguaychú en noviembre pasado, y a quien fueron dirigidos los pedidos de la familia de Blanca Susana y de este medio para acceder al expediente de la causa.
Blanca Susana Sola: la chica que se tragó la tierra
“Dicen que los huesos pueden ser de la chica que se tragó la tierra”, comentaban los vecinos que ese mediodía del 10 de diciembre del 2018 se acercaron para ver qué ocurría en las inmediaciones del muro gris que hace 15 años unos albañiles construyeron sobre el terreno antes conocido como la Chacra de Hernández.

“La chica que se tragó la tierra”: Así de literal y tremendo, porque hace 29 años que nada se sabe de Blanca Susana Sola, la adolescente de 14 años que supuestamente desapareció en el breve y misterioso trayecto de las dos cuadras que separaban la casa de su hermana Gloria y la casa paterna ubicada frente a Obras Sanitarias.
Esa fue la primera vez que escuché sobre la desaparición de Susana, y a partir de ese momento algo empezó a andar, basado en el simple y evidente principio de que a las pibas no se las traga la tierra: las matan, las secuestran, pero no se evaporan camino a su casa.
En la panadería de los Sola
Aquella tarde del sábado 17 de marzo de 1990 hacía calor, el verano se resistía a irse del todo. Susana –como la llaman sus hermanos- se bañó, se vistió con una pollera de jean, una remerita negra y unas topper rosadas que de tan gastadas “de lejos parecían blancas”. Eran las cinco de la tarde. Víctor la vio salir rumbo a lo de su otra hermana: “¿A dónde vas? Le pegué el grito. Voy a lo de Gloria, me contestó Susana. Y se fue así, alegre como siempre andaba ella, alegre y apurada. Susana tenía 14 años pero no era como son las gurisas ahora, era una nena”, soltó su otro hermano Víctor, al igual que lo hizo en varios momentos de la charla que mantuvimos aquel mediodía entre las máquinas y los sacos de harina de la panadería de los Sola. Habían pasado tres días luego del hallazgo de esos pocos y pequeños huesos que el Ministerio Público Fiscal envió al Departamento Médico Forense de Oro Verde, donde aún se encuentran a la espera de un estudio que concluya sobre el origen (humano o animal) de los mismos.

“Era una nena”. Esa frase era la forma a la que recurrían sus hermanos para reafirmar lo que con profunda convicción cree la familia Sola. Susana no se fue. “A Susana se la llevaron o no sé qué pasó, pero ella no se fue por voluntad propia”, asegura Juan Sola, uno de los hermanos mayores que reaviva la brasa caliente que estos 29 años de angustia y falta de respuestas no han podido arrebatarles: “Yo tengo esperanzas de que si está viva, un día se entere que la seguimos buscando y pueda volver”. Susana tendría 43 años.
Luego de aquel caluroso mediodía en la panadería de los Sola, la charla con Juan se extendió hacia otras tantas charlas en su casa, a las que se sumaron otros miembros de su familia. Fue entonces que una anécdota contada por Juan y su esposa Liliana, nos reveló como pese a los años, aún afrontaban una especie de búsqueda permanente e imposible de su hermanita: “Acá se dijeron muchas cosas cuando desapareció Susana. Yo trabajaba afuera todo el día, hacía poco que había llegado de Buenos Aires, no estábamos con los hermanos más chicos. Algunos vecinos decían que una camioneta de unos vendedores que andaba dando vueltas por el barrio se la pudo haber llevado, mi hermana Gloria se acuerda de un asentamiento de gitanos cerca de su casa además del que estaba en donde construyeron la escuela Pablo Haedo, y así muchas cosas”.

“Un día viajamos a Campana con mi familia. Yo me había llevado de acá un papelito con una dirección anotada de una familia que había oído que mi hermana podía estar en esa ciudad. Fuimos, preguntamos y llegamos a un almacén que atendía un muchacho entrerriano. Él nos indicó como llegar al clan gitano de Campana. En la vereda vi a una chica con la fisonomía muy parecida a la que yo imaginaba que hubiese tenido Susana. Era el año 2015. Pregunté su nombre, no era ella”, contó Juan emulando el gesto de sostener un pequeño papel en la mano, como si fuera una esperanza arrancada de un cuaderno o un pasaporte improvisado hacia su hermana. Juan habló con los referentes de la comunidad gitana de Campana, anduvo por la ciudad, recordando aquello que la misma policía le había dicho en aquellos primeros años: “Cruzando el puente de Zárate nosotros no podemos hacer nada”. Juan sabía que nadie buscaba a su hermana. Sus padres fallecieron sabiendo que ya nadie más que su familia la buscaba, así que salir a preguntar con un papelito en la mano en una ciudad desconocida, era todo lo que tenía, porque el Estado ya los había abandonado.
La última tarde
Susana corrió a través de los terrenos baldíos que separaban su casa de la de su hermana Gloria. “Siempre lo hacía, porque acá antes no había tantas casas. Ella corría por calle Schestel y entraba a su casa cruzando un terreno baldío, el mismo donde los perros perdían el rastro al buscarla”, contó a R2820 Ema Mercado, la vecina que declaró ver a Susana volver de lo de su hermana aquel último sábado, cerca de las siete de la tarde.

Susana avisó que se iba a lo de su hermana mayor poco antes de las cinco. Gloria bañaba a sus dos hijitos. Los preparaba para llevarlos al cumpleaños de un año que celebraba una vecina a una cuadra de su casa ubicada en calle Panozzo. “¡Susana! ¡Qué bueno que llegaste!, le dije. Pareciera que supieras que me venís a dar una mano grande llevándome a los gurises hasta el cumpleaños”, contó Gloria, la última de los hermanos Sola que vio a Susana esa tarde.

“Ella estaba vestida como siempre, se había bañado porque ese día hacía calor. Vino a casa como siempre venía, para ayudarme y conversar conmigo. Ella era como la hermanita mayor de sus sobrinos, jugaba con ellos, los cuidaba. Me preguntó si podía quedarse en el cumpleaños de la nena. Me dijo que a ella también la conocían y seguro que se podía quedar. Le dije que no, que ya era grande, que se viniera a casa después de dejar a los chicos. Y como me había dicho que se quería quedar, la esperé en la puerta, mirándola a lo lejos. Cuando llegó la invité a tomar unos mates mientras yo seguía con lo que estaba haciendo en la cocina”, recuerda Gloria hilando sus gestos con las palabras, porque no se permite olvidar esa última vez en que Susana estuvo sana y salva, sentada en la cocina de su casa.

“Ahí estuvimos con Susana hasta que llegó mi marido. Llegó con otros peones a descargar madera para una obra que estaban techando por Las Piedras. Entró el solo a la casa, entonces aproveché a pedirle el dinero que necesitaba para hacer una compra en un lugar al que iba en ese entonces, a La Familiar. Antes de irme le dije a Susana que me terminara de colar un poco de acelga que estaba preparando para hacer una tarta para la cena. Le dije que después se fuera para la casa de nuestros padres. Me subí a la bicicleta y me fui. Esa fue la última vez que la vi”, contó Gloria. Eran las siete de la tarde.

Cuando Gloria volvió del mercado era poco más de las ocho y media. Su marido 20 años mayor que ella, a quien había conocido cuando trabajaba en una casa de familia en un campo de la zona, se había bañado y estaba en la cocina. “Le pregunté por Susana y me contestó “Se habrá ido”, nada más que eso. Y me pidió que fuera a comprar una damajuana de vino como se usaba en aquella época para tener para la cena. Una vecina me había traído a los chicos y cuando volví Miguel –su marido- ya había ordenado las cosas de la compra que había hecho un rato atrás”, contó Gloria.

“Una vecina, Ema Mercado, la había visto pasar y contó que Susana la saludó. Eso debe estar en el expediente, porque los vecinos fueron a declarar. Y ella nos dijo que la vio pasar por su casa”. El testimonio de la mujer reducía todo a las infinitas posibilidades acontecidas en el breve trayecto de dos cuadras. La distancia que separaba ese último saludo hasta la casa de los padres, a donde Susana nunca llegó.

“Todo era diferente en aquella época. Éramos pocos los vecinos, había mucho terreno baldío y esto era zona de chacras. Nos conocíamos todos, porque además Susana iba a jugar a casa de las amigas vecinas, a la Escuela N° 5 en la que estaba terminando séptimo grado, pero nada más que eso. Susana no iba sola ni a la 25. Era una nena. No se pudo ir sola a ninguna parte”, volvía a repetir una y otra vez Juan cuando la cabeza le rumbeaba por los sinuosos senderos que trazó la desaparición de Susana.
“Al otro día me preparé para hacer unos mandados, levanté a los chicos y los llevé a lo de mami, como hacía siempre. Llegué y pregunté si necesitaban algo de la carnicería, me dijeron que no y seguí viaje. Cuando volví, papi me preguntó por Susana. Le dije que tenía que estar acá. Y él me dijo que pensaron que se había quedado a dormir en casa porque una de mis hermanas les había dicho eso. Le dije que no, que estaba segura que se había vuelto, y ahí nos dimos cuenta que Susana no estaba, que no había llegado pobrecita. Nos desesperamos, empezamos a buscarla por el barrio, a ir a la casa de todos los vecinos y no la encontrábamos en ninguna parte”, cuenta Gloria poniendo los ojos en alguna parte de aquel recuerdo.

“A esa altura eran como las diez de la mañana del domingo. Cuando Susana no aparecía por ninguna parte, fui yo quien hizo la denuncia en la comisaría cuarta”, agrega Juan.

De ahí en adelante todo comienza de nublarse, a cobrar otras formas, a quedar poco claro: como piezas que no encastran en una historia que repite los mismos trayectos hace casi 30 años.

Comenzaron a circular todo tipo de rumores sobre la familia Sola. A lo largo de los meses venideros, los propios funcionarios policiales que intervinieron en el caso destacaron en las escasas publicaciones de la época el daño que “los dichos de la gente” provocaban a la investigación. Rumores que hablan de “actos de rebeldía” por parte de la joven desaparecida, que sumaban y restaban novios de acuerdo a quien contara el cuento, que agregaban o quitaban supuestos “problemas familiares” que la podrían haber llevado a tomar la decisión de irse de su casa, entre otras teorías dirigidas a culpabilizar a la familia Sola por ser humilde y numerosa.

¿Podía planear una fuga de su casa una niña de 14 años, sin llevar al menos un abrigo para la noche o su documento de identidad? La Justicia nunca pudo probar ni esta, ni ninguna otra teoría. Vale recordar que estamos hablando de la misma niña que quería quedarse a tomar jugo y comer un pedazo de torta en el cumpleaños de una vecinita un rato antes de desaparecer.
¿Dónde está Susana?
“Susana no se fue por voluntad propia. Estoy segura de eso. Ella era mi amiguita y me hubiese contado”, recuerda Rosana, una vecina del barrio. “Pasábamos mucho tiempo juntas y jugábamos a las cosas que jugaban las nenas en esa época: uníamos medias de nylon para fabricar un elástico y poder saltar, cosas así, y si bien yo era traviesa, ella le hacía mucho caso a su mamá y era muy de su casa”.

“Cuando Susana desapareció algo cambió para siempre en las familias del barrio. No podíamos jugar más afuera, nuestros papás nos esperaban a la salida de la escuela, teníamos miedo”, cuenta Rosana.

“La familia era muy humilde pero no me puedo olvidar a ese papá que la buscaba con desesperación”, contó la doctora Mercedes Raffo a R2820. “Recuerdo verlo sentado afuera del despacho, trayendo tomates de su huerta con la intención de pagar de alguna manera aquello que no podía solventar con dinero”, agregó. “Yo comenzaba a ejercer, era muy joven, pero quien investigó mucho y anduvo durante un buen tiempo buscando a Blanca Susana fue el Dr. Hugo Rosso”, reveló la abogada.

Hugo Rosso ya no ejerce el derecho, pero 29 años después, recuerda el caso: “Hicimos todo lo que pudimos, trabajamos mucho en aquel entonces con el secretario del Juzgado, el Dr. Mario Gómez del Río”, comenzó a contar el abogado que patrocinó a la familia Sola.
“Recuerdo incluso que logramos allanar un prostíbulo que funcionaba en la zona de Ibicuy y rescatar a una menor de 15 años que habían traído de Misiones, pero nunca logramos dar con una pista firme sobre el paradero de Blanca Susana”.

“El caso llegó a mis manos por un conocido que se enteró de lo que había pasado y me llamó para que representara a la familia. Era gente humilde, de campo, que estaba muy preocupada por su hija. Se dijeron muchas cosas, pero finalmente se archivó la causa sin que nos dieran explicaciones. Durante el primer año se investigó mucho, luego quedó todo parado”, concluyó el abogado que recordó cómo se las apañaban con muy pocos recursos para investigar.

Tiempo después cobraron fuerza los rumores sobre un posible abuso sexual; se excavó en un pozo ciego cercano a la casa de los Sola y tampoco se halló nada relacionado a la muchacha. Volvió a tener cuerpo la versión de un chico que vivía en una casa donde funcionaba un quiosco al que iba Susana a comprar chicles. La familia al poco tiempo se mudó y nada se supo de ellos. Todo concluía en el mismo lugar: dando vueltas en círculos de incertidumbre al igual que los perros que luego de oler sus prendas perdían el rastro en la tierra. Hubo quienes alimentaron irresponsablemente teorías conspirativas que jamás fueron probadas pero que hicieron daño a la familia Sola y que se instalaron como verdades indiscutidas. Sin el expediente todo se ha perdido.

“Hoy si una chica no vuelve a su casa, sale en las redes sociales, enseguida se la busca, todo funciona diferente a como funcionaba en aquella época. Antes la frase “se habrá ido con algún noviecito” era muy común”, reconoció Cristian Hormaechea, Jefe de la Departamental de Policía.
“Si me entero que una nena de 14 años desapareció de su casa voy a estar al lado de esa familia, y no voy a repetir lo que digan los diarios o a decir que se pudo haber ido con tal o cual persona. Porque los que pasamos algo así sabemos lo doloroso que es esperarla, buscarla, y no saber nada. Pasa el tiempo y uno ya no sabe que pensar ni que hacer”, reflexiona Juan Sola.

“A mi hermana no la buscaron lo suficiente los que la tenían que buscar, porque no puede ser que haya desaparecido, que no haya vuelto a comunicarse con mis padres si hubiese estado en sus posibilidades”, agrega Juan.
Lo que el fuego se llevó
El 18 de marzo de 1992, diario El Día publicó una nota sobre la investigación judicial al cumplirse dos años de la desaparición: Blanca Susana hubiese tenido en aquel momento 16 años. El artículo recogía las voces desconformes de sus padres, y la voz del juez de la causa –el cuarto y último en intervenir- quien descartó públicamente la línea de investigación basada en “un posible secuestro o privación ilegítima de la libertad” poniendo en relieve como principal hipótesis la existencia de una posible “huida del hogar” para evadir “problemas familiares”. Ese juez era Eduardo García Jurado, quien en aquellas declaraciones, si bien reconocía que “el caso todavía no estaba cerrado” adelantó la futura suerte de la investigación: “Hay órdenes impartidas a la Policía de Entre Ríos y a la Policía Federal para que la busquen hasta los 21 años de edad, momento en el cual ella tenga facultad de elegir su destino” (¿Elegir su destino?). Blanca Susana hubiese cumplido los 21 años el 9 de enero de 1997.

Fuentes judiciales aseguran a R2820 que la causa fue archivada por orden del Dr. García Jurado, para ser finalmente expurgada –es decir, para arder junto a otros expedientes ya prescriptos- durante una quema efectuada en el año 2012”. Consultado sobre este tema, García Jurado -quien lleva retirado varios años de la función judicial- aseguró no recordar si reservó o archivó el expediente: “Recuerdo que me tocó recibir a un padre devastado por el dolor y, tenga por seguro, que en mi Juzgado se hizo todo lo que estuvo a mi alcance para avanzar con la investigación”.
Lo cierto es que la causa fue archivada, y que el último juez que tuvo la causa en sus manos fue Eduardo García Jurado, titular de uno de los antiguos juzgados de Instrucción que se disolvieron cuando entró en vigencia el nuevo Código Procesal Penal de Entre Ríos en febrero de 2013.

Desde el hallazgo de aquellos huesos el 10 de diciembre de 2018, hasta el encuentro con Telenta - quien antes de jurar como juez actuó como fiscal en la causa que investigó el femicidio de Micaela García- pasaron casi tres meses. No había señales de Susana ni en la calle ni en Tribunales. Tampoco quedaba un solo empleado de aquella época a quien preguntarle. Finalmente la búsqueda de quienes trabajan en el Juzgado de Garantías N°2 logró un nombre y un número en un viejo libro de actas: “Sola José María Domingo - Abril 17/ 40448 – Su denuncia”, y desde esa punta del ovillo se anduvo hasta confirmar que la Justicia había vuelto a desaparecer a Susana. Tampoco hallamos registro alguno en la comisaría cuarta –donde se radicó la denuncia por la desaparición de la niña- ya que según respondieron desde Jefatura Departamental, los archivos probablemente corrieron allí la misma suerte que el expediente judicial: el fuego.

“Se trata de un error garrafal e imperdonable”. Esa fue la manera en que Telenta calificó la destrucción de la causa, y con ella todas las actuaciones realizadas hasta el momento. “No sabemos qué es lo que ocurrió con la causa porque no está asentada en los lugares en donde debería estar asentada. Lo único que encontramos es el dato en los libros de expurgue. No podemos dar cuenta de lo que hizo el Estado, ni de la investigación ni de los alcances de la misma. El expediente tendría que haber sido apartado en un lugar especial hasta tanto se obtenga nueva información para continuar el caso porque este tipo de delitos no prescribe, pero esto no ocurrió y desconocemos que pasó antes de ser expurgada”, completó Telenta.

Esto significaba que aquello que la familia Sola vivenció durante todos estos años como una gran frustración y sensación de injusticia, producto de una investigación ineficaz, que revictimizó a la víctima y a su familia poniéndolos en el centro de la opinión pública, se cumplió en su máxima expresión. La eliminación de la causa resulta la confirmación absoluta del abandono del Estado: A Susana primero se la tragó la tierra del barrio San Isidro y luego la consumió el fuego de la negligencia judicial.
¿En qué va a consistir la reconstrucción de la causa?
Ante la consulta de R2820, Telenta explicó: “Vamos a reconstruir la causa con lo que tengamos, con la información que podamos recolectar. Vamos a solicitar una extracción de sangre a los familiares para consultar en todas las morgues y pedir información a los cementerios sobre cuerpos NN que tengan el rango etario de la chica que estamos buscando. Esto es para responder a la hipótesis sobre el posible fallecimiento de Blanca Susana. Se trata de un trabajo muy difícil que lleva su tiempo, pero que no imposible”.
“Atendiendo a la hipótesis de que no estuviera fallecida, vamos a incorporarla a un registro de búsqueda de personas a nivel nacional al que vamos a ingresar sus datos y fotografías. También voy a pedir que se realice la simulación de posibles cambios morfológicos del rostro de la chica, para pedir la localización como ocurre con otros casos de difusión nacional”, especificó el juez.

“También vamos a cruzar datos con ANSES, con el Registro Nacional de las Personas, y demás organismos nacionales, vamos a trabajar con todas las posibilidades que tengamos, vamos a agotar las instancias”, aseguró Telenta.
Las pibas no desaparecen
Durante la última Navidad, una mujer de 45 años fue rescatada tras permanecer durante 32 años en manos de una red de trata que funcionaba en la ciudad de Bermejo en Bolivia. Fue secuestrada a los 13 años.

La víctima se encontraba junto a su hijo de 9 años y pudo ser localizada a través de una investigación conjunta entre Gendarmería Nacional y fuerzas policiales bolivianas. Según indicaron fuentes del Ministerio de Seguridad a Perfil, la investigación se inició en el año 2014, pero recién en enero de este año se supo que la mujer, oriunda de la ciudad de Mar del Plata, había sido llevada al país fronterizo. Finalmente, y tras más de 30 años de calvario, la mujer y su pequeño hijo viajaron a su ciudad de origen para reencontrarse con sus familiares.

¿Es posible leer esta noticia y no pensar en Susana?

Seguramente nadie rinda cuentas por haber condenado la búsqueda de Blanca Susana Sola a formar parte de la pila de expedientes que en 2012 fueron a la hoguera para hacer espacio en Tribunales. Aquí es donde nos preguntamos si esto mismo hubiese ocurrido con alguien que no fuera tan vulnerable en términos sociales como Blanca Susana: una niña pobre que no llegó a su casa. Tal vez hacernos este tipo de preguntas es tan inútil como necesario, y tal vez por eso mismo no tenemos que dejar de preguntar. Tal vez así logramos que el fuego no vuelva a consumir la búsqueda de justicia y verdad de nadie más.
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