Monseñor Jorge Lozano

Agradecidos por el bien

Una de las enseñanzas que recibimos desde pequeños tiene por meta reconocer a las personas que nos hacen el bien, y tener un corazón que reconozca esos gestos. Gracias a Dios son muchos los que procuran seguir su vocación de servicio y entrega por los demás en la familia, la escuela, la salud, el barrio…

Hoy quiero destacar de manera especial a los sacerdotes. Ellos han escuchado la voz de Jesús que los llamó a seguir sus pasos bien de cerca, a dedicar la vida por amor. Esta entrega es tal que la llamamos “consagración”, lo cual implica poner toda la existencia en manos de Dios.

Pero no es una actitud pasiva, sino que lleva a trabajar cada día para configurar el propio corazón (frágil y pequeño) con el de Jesús (misericordia eterna). Nunca se termina la tarea de incorporar los gestos y palabras del Buen Pastor, sanando a las ovejas enfermas y curando a las heridas.

El sacerdote está entregado por entero al amor de Dios y los hermanos. Son servidores incansables. Los vemos preparar la predicación para comunicar la Buena Noticia del Evangelio, recorrer las comunidades para alentar la comunión y misión, asesorar grupos, celebrar los diversos sacramentos, asistir a los enfermos, evangelizar en la cárcel, los hospitales; dando clases, sirviendo a los pobres, alentando la recuperación de adictos.

En fin, en la gran variedad de espacios en los cuales la Iglesia está llamada a sembrar la Palabra de Vida.

A veces parecen incansables, pero soportan con paciencia la fatiga apostólica de quien siembra con generosidad, y no siempre recoge los frutos.

Es amigo de Jesús, y por eso le entrega la vida enterita para predicar de su vida y su Palabra. Esa Palabra Viva que por momentos arrebata el corazón del sacerdote y lo empuja a amar sin medida.

Es amigo de todos los que le son confiados, para llevarlos al encuentro con Jesús. A veces le toca estar lejos de su familia y amigos más cercanos, y anhelan el mate confidente y el abrazo que cobija.

Esta vocación hermosa la viven en medio de la experiencia de fragilidad, limitaciones y pecados. No exentos de dificultades, cada día renuevan el Sí a Jesús y a su pueblo.

Recemos por los sacerdotes que tenemos, demos gracias a Dios por su entrega, y pidamos para que sean sostenidos en la búsqueda del servicio al Pueblo de Dios. Recemos también por la conversión del corazón de quienes no alcanzan a ser testimonio claro del Buen Pastor.

El Evangelio de este domingo pide que tengamos cuidado de un pecado que nos puede hacer mucho daño: la avaricia. Es la tentación de caer en la idolatría del dinero. Darle un valor absoluto a lo que es relativo. Te invito a leerlo y meditarlo en tu corazón: Lucas 12, 13-21.

El campesino que tiene excelentes cosechas es cuestionado no por sembrar bien, sino por programar el futuro con autosuficiencia, prescindiendo de Dios y olvidando la solidaridad. Él acumulaba en abundancia las riquezas transitorias, pero se presenta ante Dios con las manos vacías.

Hace unos años en una predicación el cardenal Jorge Bergoglio decía: “Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre”. Como expresa la sabiduría popular, a la tumba no nos llevamos nada, la mortaja no tiene bolsillos.

La Palabra de Dios nos invita a mirar la vida desde el último día, cuando nos toque atravesar la puerta de la muerte y afrontar la vida verdadera.

Te invito a pensar: ¿Cómo quisieras atravesar ese momento? ¿Qué cosas valiosas deseás haber logrado? ¿Sonrisas de quiénes? ¿De cuántos?

El miércoles 7 de agosto conmemoramos a San Cayetano, patrono del Pan y el Trabajo. Muchos peregrinos visitan sus santuarios y capillas confiados en la intercesión de este amigo de Jesús. Recemos por ellos.

Monseñor Jorge Eduardo Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

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