Monseñor Jorge Eduardo Lozano

Amor de padre cura la orfandad

No es novedoso decir que nuestra sociedad occidental atraviesa una situación de crisis en los vínculos familiares y sociales. El creciente egoísmo e individualismo ha incrementado también el sentimiento de soledad. Aun rodeados de personas en el trabajo o el estudio, eso no nos garantiza la amistad y la compañía.

Podemos hablar todo el día con gente acerca de “muchas cosas”, temas de los más variados. Pero el vacío interior que provoca estar a la intemperie de la vida, sin cobijo, sin contención, no se cubre así nomás.

Te comparto dos experiencias de estos días.

Tuve oportunidad de conversar con tres papás jóvenes, que rondaban los 30 años de edad. Su trabajo cotidiano consiste en recorrer las calles y revolver basura buscando material para vender y así sostener a su familia. Caminan cerca de 6 horas, después van separando cartón, papel, metal, etc. y lo llevan a cambiar por dinero. Trabajan de lunes a lunes entre 8 y 10 horas diarias. Si alguno consigue una changa de pintor o albañil por unos días, después retoma el reciclado.

Frases que me quedaron de esos diálogos: “no puedo llegar a casa con las manos vacías o comida para la mitad”; “los pañales aumentaron mucho”; “voy a la feria americana a comprar zapatillas a los chicos para que puedan ir a la escuela”; “rece para que no se me enferme ninguno, los remedios están carísimos”; “mi familia es todo lo que tengo”…

Son “padrazos”. Cuando terminamos de conversar me salió decirles “feliz día del padre”. ¡Qué ejemplo de amor! A eso podemos llamar cultura del trabajo. Pero no les alcanza para una vida digna. Ellos se reconocen como papás luchadores. Pero a la vez se sienten huérfanos de Patria. Saben que Dios cuida de ellos. Pero la sociedad no. Al menos no todos.

Algo semejante tal vez experimenten quienes tienen otros oficios: choferes, docentes, mecánicos, comerciantes; etc. Tengamos sensibilidad por todos los papás que se esfuerzan y sacrifican por sus familias.

La otra experiencia. Un joven de 20 años conocido como “el Bocha”. Se fue de su casa cuando tenía 15 años. Dejó la escuela después de haber repetido tres veces por haber acumulado materias sin rendir una vez, y por superar las inasistencias posibles otras dos. Vivió en la calle, entró en la droga. Vendía para consumir. Podríamos decir que anduvo en cualquiera. Su papá los abandonó cuando Bochita tenía tres años de edad. Su mamá volvió a formar pareja dos veces más. Su último padrastro era violento, pegaba, y abusó de él sexualmente en forma reiterada. No aguantó más y se escapó con lo puesto.

El Bocha se sentía huérfano. Conoció a unos amigos que encontraron un lugar en la Iglesia en la cual los tratan como familia. Bocha se acercó y de a poco se abrió a que lo abrazaran, lo escucharan. Lo llaman por su nombre, no por el apodo. Retomó la escuela, fue al médico, aumentó de peso y, un día, sin saber cómo, volvió a llorar de la risa.

Estas dos experiencias quería compartirles porque hoy celebramos el “día del padre”.

El Papa nos enseñó que “todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa (AL 172). También nos dice que “el sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes es más profundo de lo que pensamos” (AL 173).

Te puse solamente situaciones que conozco de cerca pero se multiplican por todos lados. Mirá a tu alrededor. Podés encontrar a muchos papás que se ausentan por razones de trabajo de afecto, de otras valoraciones.

Estamos inmersos en una sociedad sin papás, o con notorias ausencias, o con figuras débiles o debilitadas.

Necesitamos que el Papá esté más presente, lo cual no significa que sea controlador de todos, al punto de ahogar toda iniciativa o libertad.

Te pido que recemos insistentemente por los papás. Que los ayudemos con palabras de aliento, comprensión, cariño. Ellos nos hacen falta, pero no son superhéroes. Nos necesitan. Pidamos a Dios por los que sufren a causa de la paternidad, y sienten un peso grande en sus espaldas.

Abracemos a los papás con ternura para que tengan no sólo un día feliz, sino una paternidad en plenitud.

(*) Monseñor Jorge Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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