Guillermo Régoli

Cada cual atiende su juego, y el que no...

Si alguno tenía duda de las consecuencias de lo hecho por el sistema educativo desde que comenzó la pandemia y se preguntaba si habían dado resultado, a la vista está que no. La repitencia en las escuelas, la falta de previsión para enfrentar: antes una pandemia y ahora “solo una ola de calor” que nos encuentra igual que antes es evidente. No pudimos, no supimos, no estábamos en condiciones. Siempre me pregunto si al evaluar lo hecho se debe medir por el esfuerzo hecho y el contexto o por las consecuencias. Los resultados siempre dependerán de a quien se quiere cuidar: si a uno mismo o al otro. Estamos en un tiempo donde la presión y la crítica es tal que cuesta reconocer lo que no se pudo y entonces tendemos a defendernos. El estado hizo lo necesario, los docentes hicimos un esfuerzo enorme, las familias tuvieron que hacer más de lo que le correspondía. Todos hicimos mucho en un contexto marcado por la pandemia, por tanto, si ponemos el acento en el esfuerzo y en el contexto, el resultado es bueno y justificado. No somos culpables. En la respuesta, nos cuidamos cada uno defendiendo su lugar.

¿A quiénes deberíamos cuidar? Si evaluamos las consecuencias el resultado es diferente: la repitencia de alumnos, el éxodo de un colegio a otro pidiendo pase porque no se lograron integrar o porque el sistema educativo y el colegio, no satisfizo las expectativas dice que no lo logramos. No somos culpables, lo intentamos, hicimos un gran esfuerzo: pero no alcanzó. A quien debíamos cuidar perdió. Parafraseando la vieja canción “Antón Pirulero” podría decirse que en el sistema educativo que desde hace unos años está vigente, vale la canción: cada cual, cada cual atiende su juego, y el que no, “repetirá” o “de colegio se cambiará”.

Resoluciones, cuadernillos, subsidios, promoción acompañada, pase con más de 2 materias. Tarde o temprano, un camino hecho a los tumbos, no ayuda a llegar bien a la meta. Detrás de todo lo hecho siempre quedará la idea que los chicos no se pusieron las pilas y las familias no se hacen cargo de lo que les corresponde. ¿Estamos preparados para enfrentar nuevamente una situación exigente? La política necesita mostrar éxitos, aunque no sean realidad, para ganar las próximas elecciones; los docentes para no frustrarnos, los gremios para sostener las bases. No lo hemos logrado, no somos culpables, pero somos responsables. Buscar el paraíso, siempre ha sido una búsqueda del ser humano. La idea de que se alcanza en otro plano no terrenal, de alguna forma justifica que, como todavía no se lo logra, el sacrificio, la paciencia, la ayuda al más débil permiten vivir mientras llega. Cuando el estado pretende hacer creer que con el se alcanza el paraíso en la tierra y que toda necesidad será satisfecha, fracasa. Algunos antropólogos o sociólogos relacionan la religiosidad con una actitud evasiva del ser humano frente a lo que no puede alcanzar. El estado genera muchas veces lo mismo: la ilusión que todo lo logrará. El paraíso llegará cuando lo dejen hacen, en la próximas elecciones, cuando se cumpla la ley, cuando cambie el modelo. Genera otro problema: ya no puede pedir paciencia, ni solidaridad, porque han generado la queja como estilo de vida invitando a reclamar que todo derecho real o imaginado se adquiera. Y no lo logran. La religión frente al tiempo difícil, te propone oración y solidaridad: para muchos una evasión En definitiva rezar y ayudar a alguien siempre trae buenas consecuencias. Frente a la crisis el estado te pide lucha, voto, te propone pensar en una igualdad que no alcanza por tanto te hace perder la paciencia y conciencia de la solidaridad para con el que no tiene. En definitiva si el estado mesías te promete el paraíso, no vale el sacrificio, ni la espera, ni la ayuda. No vaya a ser que por esperar, tener paciencia, ayudar, el estado se olvide de tus derechos.

Cuando el Estado informe la repitencia en los colegios, podrá decir: perdón, lo intentamos? O mostrará toda la batería de medidas tomadas, que a la vista está, no sirvieron? Solo queda un lugar donde cada año, sobrevive la esperanza para esa familia, ese alumno a quien no pudimos cuidar. La oficina donde un directivo, un tutor, un docente, una familia deciden y acuerdan cómo volver a empezar y ayudar a ese alumno a llegar, a ser, lo que sueña.

(*) Guillermo Régoli es rector del Instituto Pío XII de Gualeguaychú, Entre Ríos.

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