Eric Schauvinhold maneja su Volkswagen Carat cerca de su Concordia natal junto a su amigo Joaquín Demarco. Van en un camino de tierra hacia Tortuga Alegre, un camping. Van charlando, felices.

El conductor está particularmente contento porque la vida le sonríe, sobre todo en su gran pasión, el básquet. Alero de 2m03, es una de las grandes promesas de la ciudad. Se destacó en cada categoría y, en especial, desde su vuelta de un intercambio en Estados Unidos, impactó al DT de la Primera con su versatilidad –al punto de hacerlo debutar en el TNA, la segunda división nacional- e incluso a Guillermo Vecchio en un campus.

Como si fuera poco, el día anterior, en un partido de cadetes en Gualeguay, Eric hizo su primera volcada en partido. Estaba exultante. Lo que no sabía era que, horas después, su destino iba a cambiar su vida para siempre. Aquel Eric que todos conocían ya no volvería a ser el mismo…

“Íbamos a un evento de mi colegio secundario cuando un ternero se nos cruzó y chocamos”, rememora en una profunda charla con Prensa CAB. Eric sufrió la peor parte luego del vuelco. Demarco lo ayudó a salir del auto y primero lo llevaron al Hospital Masvernat de Concordia para terminar en el Hospital Británico, en Buenos Aires.

Todos, en ese momento, sabían que la fractura de columna vertebral era un hecho, que no volvería a caminar. Menos él… “En los intervalos de lucidez que tuve en la ambulancia sólo preguntaba cuándo podría volver a entrenar, pero nadie me decía nada. Ni ahí ni en Buenos Aires. Imagínate que yo vivía por y para el básquet. Era lo más importante de mi vida. A mí me dolió más dejar de jugar que dejar de caminar”, recuerda seguramente con algún sufrimiento por dentro que intenta controlar hablando de manera pausada, intentando recordar sin quebrarse.

Ya pasaron casi 12 años del accidente, Eric es otro. Lo superó, de alguna forma, creció, maduró, se recibió de médico –es residente del Hospital Ramos Mejía-, en algunos tiempos libres se dedica al modelaje –estuvo en festivales en Milán y Roma- y volvió a jugar al básquet -como todo en su vida, en silla de ruedas-, hoy como parte de la preselección argentina que se prepara para el Sudamericano que puede llegar a disputarse en nuestro país, si la pandemia lo permite.

Eric comenzó jugando en el club Ferrocarril de Concordia y pasó a Estudiantes cuando empezó a destacarse hasta llegar a las selecciones entrerrianas. Incluso, un año antes del accidente, hizo un intercambio escolar y pasó unos meses en Oklahoma City.

“Aprendí, mejoré y hasta me ofrecieron una beca. Cuando volví al país tuve que tomar una decisión y resolví quedarme, porque me empezaron a poner más de frente al aro y hasta debuté en el TNA con compañeros como Nico Lauría, Fede Senitzky, Facu Mendoza… Tenía bastante buen tiro, penetración, facilidad para ir al rebote y muchos deseos de mejorar. Me la pasaba entrenando y tenía grandes sueños”, relata mientras se le viene a la mente una anécdota que refleja cuál era su ilusión, a meses de su accidente.

“Un día tuve una lesión y me preguntaron por qué… Y yo les dije que debía ser porque entrenaba a toda hora. Me preguntaron si no era mucho… Y yo les dije ‘yo quiero ser NBA’. Eso quería a los 16, aspiraba a lo máximo”, recuerda.

Pero, claro, esa ilusión se esfumó entre sus dedos aquel mediodía de 2009. Y él cuenta cuando se dio cuenta de que sería así…. “Yo terminé en el Fleni de Escobar para la recuperación y recuerdo que el centro tenía una cancha de básquet… Y al mes y medio, cuando ya pude levantarme con andador, fui hasta abajo del tablero y me quedé ahí, mirando hacia arriba, hacia el aro. Ahí me di cuenta que ya no volvería a volcarla… Y fue cuando me terminé de partir por dentro”, relata, con un dejo de angustia.

Hoy admite que, ante aquel panorama, “fue inevitable enojarme, pensar por qué me tocó a mí, qué hice, cómo sigo…. De todo se me pasaba por la cabeza. Me costó mucho. Porque al dolor físico tenés que sumarle lo emocional. Estaba muy vulnerable, lastimado… Y lo que más costó fue tener confianza en mí mismo porque hay que procesar muchas cosas para volver a sentirse bien. Es un cambio abismal, en todos los aspectos, y no es fácil de aceptar. Vivir en una silla es un gran duelo”, acepta, admitiendo que todavía hoy sueña con ser el de antes.

“Tengo un sueño recurrente: me pongo las zapatillas, agarro la pelota, me paro y veo toda una cancha para mí. Me limpio la suela de las zapas con mi mano y hago el clásico ruido de la suela con el parqué… Incluso, cuando cierro los ojos, me veo haciendo ejercicios y practicando fundamentos y entradas a canasta, iniciando con derecha y terminando con izquierda”, impacta con su relato.

Pese a esos recuerdos, que nunca se van y que en un punto le permiten pensar “que tal vez el proceso aún no está terminado”, Eric nunca dejó de avanzar, de luchar, de ir por sus sueños, gracias a un carácter pasional y personalidad determinada. “Haber empezado a estudiar medicina, un año y pico después del accidente, fue una locura. No sabía qué hacer con mi tiempo y me anoté. Y, de repente, estaba en el baile, seguí el cardumen, me recibí y ahora estoy en mi cuarto año de residencia. Nunca paré, como para no darme cuenta”, dice con una media sonrisa. Pero, claro, lo que superó resulta impactante.

“Tuve un gran apodo de mi familia y amigos. Pero una cosa cuando estás en el Fleni, con todo preparado, y otra cuando salís a la calle, a una sociedad, que no está preparada para vos. Desde lo edilicio hasta lo que se te ocurra. Te encontrás rivales, como en la cancha, y tratás de superarlos. De alguna forma es así. Igual, no todo es color de rosa, hay días que puteo mucho. Pero enfrento cada obstáculo y trato de superarlo. Aprendo y sigo. Creo que la formación me ayudó mucho. Y el ser deportista claro. Primero porque me salvó en el accidente, por mi capacidad física (2m03 y 103 kilos) y el entrenamiento que tenía en aquella época. Lo dijeron los médicos: ‘este tipo de lesiones de columna la vemos en la autopsias…’. Y luego por la actitud de un atleta. Nunca fui de los que se quedan, siempre fui a más”, analiza su caso.

Eric, como reconoce, volvió a vivir desde otra perspectiva. Se concentró en su carrera universitaria y la hizo al día. A él siempre le gustó el cuerpo humano, “buscaba de chico mejorar la motricidad, el salto”, y cuando me pasó el accidente se sumó “el estudiar para ayudar a la gente”. Su especialidad es Anatomía Patológica, el estudio de las enfermedades.

“Recibimos las biopsias, las analizamos, hacemos un diagnóstico de certezas y se lo informamos al médico”, informa. En general, no hay contacto con los pacientes, en muchos casos enfermos de cáncer, pero a veces sucede. “Alguno que conoce mi historia me busca, más que nada para que le cuente como enfrenté yo un golpe así, para que les hable… Pero no hay receta para situaciones así”, cuenta.

Sobre el regreso a su gran amor, asegura que no fue fácil. “Estaba en tercer año de medicina cuando fui a una fiesta del gimnasio de crossfit al que asistía. Ahí conocí al hijo del dueño de CILSA Santa Fe (NdeR: ONG que busca la inclusión de las personas, evitando la marginación y buscando la igualdad de oportunidades para todos), quien me sacó enseguida la ficha. ‘Vos jugabas al básquet, ¿no?, me dijo. Y enseguida me tiró. ‘Sé que me vas a decir que no, al principio, pero ¿no querés probar jugar en silla de ruedas’? Le dije que sí y así arranque”, recuerda.

Como describe él mismo, “fue aprender a jugar al básquet nuevamente”. Aunque, claro, el haber jugado antes le dio ventajas. “La mayoría de mis compañeros comenzaron a jugar luego de un accidente, entonces hay cosas en que saco diferencias, como en el tiro o el conocer el juego, o saber de la importancia de la defensa. Lo mismo que por mi físico o altura”, informa.

Tan rápido le tomó la mano al Básquet Adaptado que, a los pocos partidos, Eric la rompió ante CILSA Santa Fe y el DT de ese equipo, también el de la Selección, lo citó. Nunca tuvo continuidad porque “el básquet ya no es mi prioridad, hoy en día mi profesión lo es”. Pero para él, más allá de jugar torneos o no, lo importante fue regresar a una cancha.

“Me volví a enamorar del básquet. Y volví a sentir que volada. Y también pude demostrarme que podía estar a la altura. Pero, claro, no fue fácil volver a amar el básquet desde otro lugar, desde otra perspectiva, mirando el aro desde acá abajo. Pero lo logré”, se sincera. Y da ejemplos de cómo, en la cancha, sigue sintiendo la misma pasión.

“Te das cuenta cuando sentís el olor a rueda quemada en la cancha o sales chispas de las sillas en los roscazos que nos pegamos. O cuando vas rápido, se te termina la cancha y pones lo que sea en las ruedas para frenar, incluso los antebrazos o los codos… Yo siempre fui al límite, terminé con piel quemada o tendinitis en las muñecas, como a los jugadores de parado se le caen las uñas de los pies. El Básquet Adaptado no deja de ser un deporte de alto rendimiento”, compara Schauvinhold.

Hace un par de semanas, la Confederación Argentina y la Asociación de Clubes organizaron un entrenamiento-picado con las preselecciones (masculina y femenina) de silla de ruedas y jugadoros convencionales de las Ligas Nacionales y los seleccionados argentinos. Eric participó y dejó un mensaje sobre lo importante que es algo así.

“Estos encuentros son muy positivos. Porque nos permite visibilizar nuestra existencia, más que nada para que chicos que tienen problemas físicos de nacimiento o han tenido un accidente como yo, no se queden enojados o frustrados en sus casas. Que se acerquen al básquet, porque el deporte te mejora la vida. Que no tengan prejuicios con la silla, ni con nada. Que vengan a la cancha, que les va a cambiar los días y les permitirá sobrellevar de otra manera los problemas que ellos, como todos, tenemos”, fue su mensaje. Un mensaje con palabras que Eric nos da, cada día, con hechos.
Básquet adaptado Historia de vida
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