La Escuela N°97 "La Rioja", de Las Mercedes, festejó su centenario. Fue una noche de reencuentros, emociones, miradas cómplices y felicidad.

En sus bancos de madera, con aquellos pizarrones negros donde las maestras dibujaban las vocales, nos sentaron nuevamente los alumnos que aprendimos a escribir en esas aulas.

Aún el patio conserva las baldosas rojas y grises intercaladas, sigue en pie como hace 100 años la galería con sus temidas columnas de hierro que eran el lugar elegido para las penitencias, se extraña el molino porque de él colgaba la vieja campana. Ella si está y jamás se cansará de sonar para anunciar los recreos y el retorno al estudio.
Más allá el mástil, de impecable blanco. Antes la base era más grande y a su alrededor jugábamos a la bolilla para terror de nuestras madres porque los guardapolvos quedaban llenos de tierra en los bolsillos.

Ahí, entre alegrías y tristezas, entre sueños y desafíos, nos formamos como personas. En la escuela, casi frente a casa y donde esta semana se festejaron sus 100 años rememorando aquel mítico 1921.

Así lo contó el maestro de la ceremonia, el cantante, autor y compositor Roberto Alonso Romani. El hombre de la poesía a flor de piel, el dueño de una memoria inmensa y el decidor de nuestra entrerrianía por excelencia.
"Muchos asistimos con marcada emoción a esta magna celebración. Recorrimos desde Larroque los viejos caminos vecinales hasta arribar a una luminosa cuchilla del departamento Gualeguaychú, donde a partir de 1920, manos labradoras y sueños con bandera, levantaron el edificio pionero.

Nuestra madre, con sus 86 años y sus nostalgias azules, volvió a descubrir los misterios sagrados, cerca de la capilla Inmaculada Concepción, y abrazó recuerdos de guardapolvo, junto a otros ex alumnos que, con paso lento y lágrimas apuradas, protagonizaron el reencuentro y la fiesta.

Las autoridades educativas, los dueños de casa, los invitados especiales y multiplicados habitantes de la primavera entrerriana, dejaron sus testimonios agradecidos.
Las cien campanadas fueron el prólogo para que las palabras, la danza, los acordes musicales y el canto compartido extendieran hasta la noche del campo, con entusiastas chicharras en las alturas del afecto, una jornada plena de gestos elocuentes.

Alguna vez, también habíamos llegado al patio con guirnaldas de la mano de la abuela Agustina Maye, integrante de aquellas primeras cooperadoras, que resistieron las carencias y las distancias largas.

Cuando negros nubarrones presagiaban la lluvia, emprendimos el regreso. Atrás quedaban los amarillos cuadernos con gastadas anotaciones; y los apellidos de vecindades demoradas en el tiempo.

Con nosotros, se iban al recreo de las ilusiones, todos los murmullos de la comarca feliz, que por unas horas había recuperado rayuelas de gurises y caballos, rumbo al universo de tiza y pizarrón.

En el mismo escenario, con paredes blancas y árboles añosos, donde jugó una infancia con delantales de argentinidad".
100 años Las Mercedes
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