Daniel Enz, director de Análisis

@danielenzanalis

La lección de Goyeneche

Seguramente, desde 1983 hasta aquí, nunca nadie de la justicia le enrostró tantas cosas juntas a miembros de la cúpula del Poder Judicial y a un grupo de abogados y mercenarios de la palabra -a los que no tuvo siquiera necesidad de nombrar, porque no lo valen seguramente- que desde septiembre de 2018 se ocuparon de atacar, descalificar y denigrar a la fiscal Cecilia Goyeneche.

Los mismos que se sentaron en el lugar donde llegaron por acuerdos políticos de puertas cerradas y amistades personales, que jamás se ocuparon de decir una palabra de los delitos de corrupción de los últimos 35 años en nuestra provincia -porque, en todo caso, había que mirar para otro lado para que no se moleste el jefe político- o, si lo hicieron, fue porque no les quedaba otra salida, fueron los que se ubicaron en los peldaños más altos de un Jurado de Enjuiciamiento desprestigiado y sin credibilidad, como nunca se observó en nuestra historia reciente.

Queda claro que siempre tuvieron un mismo objetivo: poner en la hoguera a Goyeneche y cocinarla a fuego lento durante meses y meses.

Desde algunos medios cómplices y de escasa reputación, en este tiempo se deben haber escrito más de 400 articulitos descalificadores y misóginos sobre Goyeneche, su marido y sus allegados, redactados por abogados inescrupulosos, algún exmiembro de la cúpula judicial lleno de odio y venganza y la sugerencia perversa de hombres de la política que dedicaron buena parte de su vida a conspirar desde las sombras. Todo servía para la hoguera de Goyeneche.

Desde aquél primer allanamiento a la casa de una familia clave de la banda de los contratos truchos legislativos, tuvieron más de 1300 días para hacer daño casi a diario; de modo sistemático, organizado, con roles perfectamente determinados para sangrar a una fiscal que había osado comandar una investigación por una causa en la que se robaron 53 millones de dólares que hoy les faltan a los entrerrianos. Pero el problema no era ese; el drama era Goyeneche y había que destrozarla, mientras cada día eran más los ubicados en las plateas vip del coliseo, disfrutando de ese escenario lleno de hipocresía, mentiras, doble y triple discursos. Era la forma más segura para que nos olvidemos de los Mena, los Aguilera, los Bilbao, los Almada y los Urribarri, recaudadores finales de toda esta historia, en los últimos ocho años de mandato, donde se ampliaron significativamente los mecanismos del robo, aunque antes hubo también otros, que idearon un plan maquiavélico para desviar fondos públicos y que tendrán que rendir cuentas en alguna instancia de esta historia.

El plan siempre fue tumbar a Goyeneche. También se incluyó en algún momento al procurador Jorge García. Pero el objetivo era la fiscal; la más dura de esta historia; la que podía tener algún “desliz” por la amistad de un cónyuge, pese a todas las pruebas aportadas, de que ese relación no había desviado para nada una investigación. Claro, era Goyeneche sola; en absoluta soledad, contra una organización de delincuentes, de abogados propios y ajenos -que nunca quisieron quedar fuera del protagonismo de esta historia, precisamente por la relación amistosa y fluída con uno de los recaudadores, al que había que cubrir- y de mercenarios periodísticos perfectamente identificados, que dedicaban horas y horas por día para denostar. La vida de estos tipos pasó por allí, de modo obsesivo y enfermizo, en los últimos 1300 días. Pero ninguno de los abogados que se cansó de hablar de Goyeneche, alguna vez le recordó a estos personajes, la cantidad de contratos que tenían y cobraban en el Senado y en Diputados durante todo ese período 2008/2018.

El Jurado de Enjuiciamiento, por mayoría absoluta o unanimidad, seguramente tenía definido destituir a Goyeneche este mismo viernes a la tarde, después del contundente alegato defensivo de la fiscal. Pero el jefe Daniel Carubia la corrigió y le ordenó a la presidenta del cuerpo, Verónica Mulone, que no se pasara a cuarto intermedio como se había acordado, para anticipar el voto, sino postergarlo para otro día no determinado. Carubia se dio cuenta quizás que eran demasiados los que habían observado por internet lo que les enrostró, sin pelos en la lengua, la fiscal Goyeneche y no convenía pasar otro papelón por streaming, como el que ya habían mostrado al inicio, cuando se negaron a la emisión en vivo de las audiencias de testigos, después que todos pudimos ver por Youtube los cinco meses del Megajuicio a Sergio Urribarri.

El voto de destitución a Goyeneche, que seguramente acordaron los vocales del Superior Tribunal de Justicia, los miembros de la Legislatura y los abogados -sin dudas, con el seguro aval desde algún despacho importante de la Casa Gris- será expuesto por escrito, entre cuatro paredes y en silencio, para que no haga demasiado ruido. Tal vez no se dan cuenta que ya es tarde. Que el juicio absurdo a Goyeneche está en la mira de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; de la Relatoría de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de numerosas entidades nacionales e internacionales. Que no sólo tendrá que rendir cuentas de sus actos el Jurado de Enjuiciamiento, sino también el Estado entrerriano y el Estado nacional. Que tendrá costos políticos y económicos. Como para que quede claro que nada fue gratis.

El daño fue a una fiscal; a fiscales, hombres y mujeres de la justicia que siguen creyendo en que se debe desterrar la corrupción y no ser parte de ella -como quedó muy claro en esta historia-; a una sociedad que quiere más y mejor justicia. Pero sin hipócratas ni mentirosos; sin mercenarios vendidos a una causa, a cambio de un depósito millonario en alguna cuenta en el exterior. Habrá un antes y un después de este juicio y sus coletazos.

La semana próxima, Goyeneche quizás quede injustamente expulsada del Poder Judicial, en medio de sonrisas cómplices y abrazos de celebración, por el deber cumplido. Pero también será el punto de partida de otro capítulo. Porque esta historia recién empieza. Y el final aún no se ha escrito.

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