Jorge Lozano

La luz de la fe, un regalo para compartir

Cuando era niño me gustaban esos cuentos en los cuales había lámparas que al frotarlas provocaban luces fantásticas, acontecimientos maravillosos o hacían salir genios con poderes para conceder deseos. Los relatos eran muy buenos, y la imaginación ponía su parte fundamental para disfrutar la lectura.

A las personas que se destacan en alguna habilidad o ciencia les decimos que son unos genios o iluminados. Sus destrezas o conocimientos los hacen brillar y destacarse por encima de otros.

Jesús en el Evangelio toma la imagen de la luz para enseñarnos cosas importantes. En tiempos en los cuales el candelero necesitaba aceite y su costo era importante, recoge la experiencia hogareña: “No se enciende una lámpara para esconderla debajo de la cama, sino para iluminar. No se puede ocultar una ciudad en lo alto de una montaña. Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14-16). En el primer libro de la Biblia, cuando se relata la obra creadora de Dios, lo primero que Él hace es separar la luz de las tinieblas (Gn 1, 3-4), mostrándonos la importancia de comenzar por lo elemental.

Teniendo estos pasajes bíblicos como referencia, podemos decir que cada uno de nosotros también es un “iluminado”. En el bautismo se enciende en nosotros la luz de la fe. No es una fe distinta para cada uno, a la propia medida. En la ceremonia bautismal reafirmamos el Credo, y el sacerdote dice: “esta es nuestra fe, la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar”. Es la fe de un pueblo creyente, que establece un vínculo de mutua pertenencia con Dios, y una fraternidad entre quienes somos miembros de ese pueblo.

Volvamos a leer el Evangelio que recién citamos: “No se enciende una lámpara para colocarla debajo de la cama, sino sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar delante de los hombres la luz que hay en ustedes, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 4, 15-16). “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 4, 14). Somos testigos de la Luz, que es Jesús. No tenemos que “imponer la luz”, pero tampoco esconderla. Hay una canción muy bonita que dice “tienes que encender una luz aunque sea pequeña, / si ella se apaga este mundo será una tiniebla/ tienes que arriesgarte a creer y no cerrar más tu puerta/ vale la pena su brillo aunque sea pequeña/ (…) tienes que atreverte a vivir de una forma distinta/ llenarte los ojos de amor y sembrar cada día/ y verás cómo cambia este mundo…”. Sabemos que encender una luz y proponerla no garantiza que sea acogida con gratitud por los demás. Pero es la luz que encendió Jesús en nuestros corazones. Él mismo experimentó el rechazo y la indiferencia. “Él era la luz verdadera, (…) vino a los suyos, y los suyos no la recibieron” (Jn 1, 11).

Hoy celebramos la Fiesta del Bautismo de Jesús que tuvo lugar en el río Jordán. Nos cuentan los evangelios que cuando salía del río “se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que descendía sobre Él como una paloma. Y una voz que salía de los cielos decía: este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. (Mt 3, 16-17) Al describir la escena tan solemnemente con la presencia del Padre y el Espíritu Santo, San Mateo nos ubica en un momento trascendente del inicio de la Misión de Jesús, lo que llamamos su vida pública. Después de haber celebrado el lunes pasado, 6 de enero, la manifestación a los pueblos paganos, ahora se da inicio a la predicación del Señor.

A vos y a mí también Dios nos mira como hijos suyos muy queridos, y nos llama a gozar de su amor y a compartirlo con los demás. Jesús nos asegura “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”(Jn 8, 12). Caminemos con confianza tomados de su mano.

Hoy se cumple un nuevo aniversario del terremoto ocurrido en Haití en 2010, y el próximo miércoles 15 del sucedido en San Juan en 1944. Quiero transcribir unos párrafos de las palabras pronunciadas en el aniversario de 1998 por la Profesora Leonor Paredes de Scarso en la Iglesia de Santo Domingo: “15 de enero de 1944 cayó la ciudad con su caserío chato y terroso, sus hermosos templos, sus edificios públicos, todo quedó en ruinas. El dolor de los sanjuaninos fue el dolor de los hermanos del mundo, que se hizo eco de la tragedia. (…) La solidaridad puesta de manifiesto en aquella desgracia en que tantos murieron y todos perdimos, fue algo digno de destacar, y es necesario que lo hagamos, porque los humanos muy pronto nos olvidamos”.

Hagamos memoria del dolor ante tanta muerte y destrucción, y renovemos la fuerza de la solidaridad en el presente.

Sumemos nuestra oración por la paz en el mundo. El Papa Francisco este jueves 9 de enero, al dirigirse al cuerpo diplomático que desarrolla su tarea en la Santa Sede, se expresó sobre el tema: “El diálogo —y no las armas— es el instrumento esencial para resolver las controversias. (…) El 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín puso ante nuestra mirada uno de los símbolos más desgarradores de la historia reciente del continente, recordándonos la facilidad de levantar barreras. El Muro de Berlín representa una cultura de la división que aleja a las personas unas de otras y abre el camino al extremismo y a la violencia. Lo vemos cada vez más en el lenguaje de odio difusamente usado en internet y en los medios de comunicación social. A las barreras del odio, nosotros preferimos los puentes de la reconciliación y de la solidaridad, a lo que aleja escogemos lo que acerca, conscientes de que «no hay paz estable […]si al mismo tiempo no cesan el odio y la enemistad mediante una reconciliación basada en la mutua caridad», como escribió hace cien años mi predecesor Benedicto XV. (…) Un mundo «sin armas nucleares es posible y necesario», y es preciso que quienes tienen responsabilidades políticas tomen plena conciencia de esto, porque no es la posesión disuasiva de potentes medios de destrucción de masa lo que hace al mundo más seguro, sino más bien el trabajo paciente de todas las personas de buena voluntad que se dedican concretamente, cada cual en su propio ámbito, a edificar un mundo de paz, solidaridad y respeto recíproco”.

Y recemos también por todos los que sufren a causa de los incendios en Australia: muertos, familias desplazadas con lo puesto, pérdida irreparable de biodiversidad.

(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

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