Uno de los soldados que integraba el pelotón de fusilamiento temblaba. Había reconocido a quien debía ajusticiar, era el sargento Rojas bastonero de la Banda del Regimiento dos de Infantería con asiento en Palermo. El fusil le pesaba y su tribulación era tan grande que fue advertida por quien iba a morir. “No es nada muchacho” le dijo en tono comprensivo y paternal “apuntá acá” y cuando la descarga era eminente gritó bien fuerte.

¡Viva la Patria, viva Perón, viva el Regimiento dos!


Así cayó fusilado Luciano Isaía Rojas, un joven suboficial de treinta y tres años, músico militar, de Gualeguaychú y peronista, el día 11 de junio de 1956 en la Penitenciaría Nacional de calle Las Heras, cuando la impiadosa y criminal dictadura autodenominada “Libertadora” aplastaba a sangre y fuego la intentona Revolucionaria encabezada por el General Valle. Esta historia conmovedora; de convicciones, política y honor en uno de los contextos de mayor violencia oligárquica contra nuestro pueblo, entendemos merece ser rescatada. Un puñado de olvidados argentinos pagaron con su vida el intento de restaurar la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social.

Debemos recordar que el 16 de septiembre de 1955 habían derrocado al presidente Constitucional Juan Domingo Perón y los golpistas implantaron un régimen de intimidación política, cultural y social de gran magnitud y violencia. El principal destinatario de esta persecución fue la clase obrera y el pueblo peronista.

Contra este régimen se produce el levantamiento comandado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. La noche del 9 de junio unidades militares de La Plata, Lanús, Campo de Mayo, La Pampa, y Buenos Aires, junto con civiles en distintas ciudades del país se rebelan contra la dictadura “Libertadora”. La proclama del Movimiento de Recuperación Nacional liderado por el General Valle expresa claramente sus objetivos: “Restablecer la soberanía y la justicia social y devolver al pueblo el pleno goce de su libertad y sus derechos” y “Restablecer el Estado de derecho mediante la vigencia plena de la Constitución Nacional y el imperio de la justicia en un ambiente de real libertad y pura democracia”.1 2

La noche del 9 de junio los servicios de Inteligencia de la Revolución Libertadora están al tanto de la intentona, y neutralizan rápidamente el movimiento que, pasadas las 12 hs. permanece sólo combatiendo en la ciudad de La Plata. La dictadura presidida por el Gral. Pedro Eugenio Aramburu tempranamente deja en claro su vocación inclemente y criminal iniciando ejecuciones a los rebeldes.

Esa madrugada, a las 0.32 el gobierno decreta la pena de muerte para los implicados, y ya se producen fusilamientos a militares y civiles en Lanús, La Plata y en los basurales de José León Suarez (a pesar de haber sido detenidos con anterioridad al decreto)3.

Luciano Isaía Rojas ese 9 de junio, está de franco, pero apoya el levantamiento. En su regimiento, los sargentos Isauro Costas y Luis Pugnetti son parte activa de la rebelión y son prontamente detenidos. Esta circunstancia y un profundo sentido de lealtad, honor condicionarán la conducta del Sargento Rojas y su destino.
"Cuidame bien a los chicos. Y mandame un beso"
Al enterarse que Pugnetti y Costa son detenidos y trasladados a la Penitenciaría de Las Heras (hoy un Parque), sospecha sobre el fatal destino de sus camaradas. Él está en su casa, en Florida, provincia de Buenos Aires, junto a su familia. Sabe que puede huir y que además para las autoridades militares no aparece como implicado. Pero en Luciano Rojas habita hondamente un sentido de lealtad y honor. Sus compañeros de arma, del movimiento peronista, van a ser fusilados. La idea de que ellos mueran pensando que él los ha delatado lo consume, y entiende que esa atroz posibilidad no lo dejaría vivir.

Así es que horas más tarde, aun presumiendo los serios riesgos que implicaba su decisión, se presenta voluntariamente ante sus superiores. Se lo somete a un interrogatorio bajo tortura, pero no habla y a pesar que tampoco a él nadie lo había implicado el teniente coronel Adalberto Clifton Gouldney, jefe del Regimiento 2 al que pertenecía Rojas, decide que su destino, junto con el de Costa y Pugnetti sea el paredón de fusilamiento.
Antes de encaminarse al final, Luciano puede hacer un llamado. “Cerrá bien las ventanas y las puertas. Cuidame bien a los chicos. Y mandame un beso” fueron sus palabras de despedida a su esposa, María Teresa Leiva.

Ese 11 de junio de 1956. Los tres sargentos del Regimiento N° 2 de Palermo están frente al pelotón de fusilamiento. Está oscuro, pero varios soldados, los reconocen y algunos se ponen a llorar. Luciano Isaía Rojas es una persona muy respetada y querida. Y ya está mirando de frente, para siempre, con la cabeza en alto, con la paz de su dignidad, de ser leal a sus compañeros y, sobre todo, de ser leal a sí mismo. 4
La noticia llega a Gualeguaychú
El diario El Argentino del día 12 de junio informa que “Uno de los ejecutados sería de nuestra ciudad”, y al día siguiente confirma la noticia en un breve recuadro “El sargento músico, Luciano Isaías Rojas, ejecutado por estar complicado en el intento subversivo pertenecía- como informamos ayer- a una familia de nuestro pueblo. En este sentido, una hermana del extinto informó en la mañana de ayer a sus familiares”. El 14 de junio, el mismo diario confirma que 19 personas de nuestra ciudad, “de notoria actuación política y gremial durante el régimen anterior” se encuentran detenidas, sospechadas de participar del levantamiento de Valle.
La infamia “democrática”
Ese mismo día, Américo Ghioldi, dirigente nacional del Partido Socialista, alcanzando una infamia pocas veces vista en la historia argentina escribía en la editorial de La Vanguardia, “Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará sin riesgo de vida alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra”. Para coronar la infamia, la Junta Consultiva, es decir los partidos “democráticos y republicanos”, avalaban legalmente los fusilamientos a civiles y militares.
Entrevista con la familia, hoy en Baradero
Los Rojas eran de la zona de Perdices y que luego se radicaron en nuestra ciudad. Luciano era uno de los cuatro hijos del matrimonio de Lorenzo Fulgencio Rojas y Zulema Elizondo; sus hermanos se llamaban Juana, José y Jesús.

Luciano Isaía hizo la primaria en Gualeguaychú y de muy joven decidió ser militar. “Mi padre entra al Ejército a los 17 años. Entra porque estaban pasando hambre, no había trabajo. En el regimiento de Gualeguaychú, y ya fue a la banda.” Explica Eduardo Rojas, hijo de Luciano, que tenía 45 días cuando su padre fue fusilado.

Luego surge la oportunidad de ir a Córdoba, a seguir la carrera de suboficial y de estudiar música, allí aprende a tocar el clarinete. Más tarde será destinado al Regimiento N° 2 de Palermo, y en un baile en Buenos Aires conoce a quien sería su esposa, María Teresa Leiva, y con quien tiene dos hijos.

“Mi madre era peluquera. Después que lo fusilan a mi padre pasamos situaciones muy difíciles. Se aparece el comando revolucionario, de los gorilas. Mi madre ponía cadenas en las ventanas, en las puertas. Nos las pateaban. Y mi madre dormía con un 38 abajo de la cama. Estábamos solos, ella con mi hermanito de 2 años, una hermana de 11 años y yo de 2 meses.” detalla Eduardo.

Le suspenden toda ayuda y “la esposa del fusilado”, María Teresa Leiva, debe trabajar de coser medias para alimentar a sus hijos. Finalmente, toda la familia Rojas se traslada a Burzaco. Luciano Isaía Rojas, descansa en el cementerio de Chacarita. Su ejemplo de amor y lealtad, de compromiso y honor debe emerger desde el olvido para que su ejemplo, en un mundo pleno de banalidades, nos devuelva el sentido profundo de lo político.

La dignidad que de su vida y su muerte nunca la alcanzarán sus verdugos. Luciano Rojas es hoy parte de la mejor historia de nuestro pueblo.

Referencias
1 Proclama del Movimiento de Recuperación Nacional. 9 de junio de 1956.
2 Es importante recordar que la Libertadora había restituido ilegalmente (a través de una simple proclama), la vigencia de la Constitución de 1853, suspendiendo la de 1949 (cuestión que nunca se subsanará). Además, había dispuesto una Junta Consultiva Nacional, integrada por los partidos liberales (UCR, socialistas, demócratas progresistas, conservadores, cristianos) que asesoraba legislativamente a la dictadura.
3 La trama de estos últimos es detallada por Rodolfo Walsh en su investigación Operación Masacre.
4 Este hecho es también recuperado nada menos que por Jorge Luis Borges. Impactado por el relato que le hace uno de los conscriptos que participara del pelotón, Borges se lo cuenta a Adolfo Bioy Casares, y este lo deja registrado en su diario personal (publicado por Ediciones Destino en 2006).
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