Desde ese día, la mañana no pudo distinguirse de la noche. Todo se hizo sombra y terror. Con conjuros secretos, el Hechicero de la Oscuridad ordenó un aquelarre para invocar a las tinieblas, dispersando todo rastro de amanecer de la faz de la tierra.

La estrella máxima de la luz, sobre la cual giraba todo el universo conocido, fue encarcelada en una lúgubre prisión. El Sol fue capturado por las fuerzas de la oscuridad, para someter a todos los pueblos a una noche eterna. El miedo reinó en la tierra, los cielos y los mares.
El Hechicero de la Oscuridad se proclamó “amo y señor” del mundo. Las almas, apesadumbradas por el terror, apagaron sus esperanzas y olvidaron el brillo que un día las había encendido.

Pero una antigua y conocida profecía se reveló: “Mari Mari, Amanecer Prometido. Ave de luz que al infiero arroja el mal”.

El canto del gallo será el arma de los pueblos, para que el Sol recobre su libertad y amanezca con todo su esplendor.
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