Ángel Melguizo

La tecnología en nuestras vidas, ¿o al revés?

Los avances y ventajas que trajeron las muevas tecnologías son indiscutibles ya que, en cuanto a vínculos, permiten conectarnos con familiares, amigos y colegas en cualquier momento y en cualquier parte. Sin embargo, confundimos conexión con comunicación y acá comienzan los problemas.

¿Qué enriquece más, abrazar el Peine de los Vientos y quedarse con su aroma de acero, sal y viento en las manos por unos minutos mientras uno regresa a casa después de una carrera, o tomar una foto y publicarla en redes sociales? Esa reflexión me vino a la cabeza hace unos meses durante unos días en familia. Y reabre de nuevo la cuestión sobre el papel de la tecnología en nuestras vidas, y las innumerables paradojas de la conectividad permanente.

La tecnología nos permite trabajar desde cualquier lado. Y este poder lo traducimos en gentrificación de ciudades donde vamos como nómadas sin cabeza, buscando replicar los mismos lugares donde nos sentimos a salvo, el bar de baristas con WiFi, la cafetería de tostas de aguacate y zumos detox y el estudio de yoga. Y tomarnos una foto. Convertimos las ciudades en centros de experiencias, sin raíces, sin historia.

La tecnología nos permite trabajar en cualquier momento, sin necesidad de estar ni de tener oficina. Y con ello nos convertimos en trabajadores permanentes 24/7, mirando el email del trabajo en medio de unas cervezas con los amigos, en el estadio o durante la cena con la familia. Permanentes, pero superficiales, porque la calidad exige concentración y dedicación, tiempo para escuchar y escucharnos.

La tecnología nos permite conectarnos con amigos, familias y colegas. Pero confundimos conexión con comunicación, nos enganchamos a redes sociales y a chats de WhatsApp. Nos hablamos menos, nos miramos a los ojos menos, nos abrazamos y nos besamos aún menos.

En esta carrera por las experiencias cada vez más algunos buscamos lo auténtico y las tecnologías en ocasiones nos permiten encontrarlas, como la cofradía de pescadores donde comemos la pesca del día o el bar donde solo preparan dos tortillas al día. Pero en el mejor de los casos también lo vivimos superficial, y si no lo compartimos en redes sociales y chats es como si no hubiera sucedido. Y en el peor lo masificamos y estropeamos.

La tecnología nos permite tener acceso como nunca a libros y bibliotecas de todo el mundo. Pero muchas veces consideramos que ‘no están actualizados’ y recurrimos a buscadores o chats con Inteligencia Artificial. En efecto, estas herramientas te dan información actualizada – pagando la suscripción; que esa información sea real es otro tema (alucinaciones las llaman).

La tecnología a veces incluso se sorprende a sí misma, y es capaz de dar lo que no se pensaba como está sucediendo con la Inteligencia Artificial. Pero ese potencial, en lugar de dirigirlo con principios, valores e historia a mejorar nuestra educación y nuestra salud o a fomentar la cultura– ámbitos que enriquecen el alma y cuidan nuestro cuerpo -, se gasta mayoritariamente en optimizar la publicidad o en entretenernos frente a las pantallas (o mejor dicho en muchos casos a perder el tiempo).

La tecnología hoy tiene además todo el potencial para mejorar nuestra lucha contra el cambio climático, prevenir y reaccionar con agilidad ante desastres naturales o preservar la biodiversidad. Pero es precisamente hoy cuando menos escuchamos a la ciencia, y más minerales extraemos para desarrollar la propia tecnología. Incluso gastamos agua potable para enfriar los centros de datos que alimentan nuestros diálogos con los chats o nos permiten subir nuestras fotos de comida a la nube...

¿Por qué sucede esto? Sin entrar en el poder de la tecnología y de las empresas tecnológicas, desde un punto de vista personal, ¿puede ser el miedo a enfrentarnos a la muerte y sentir que no hicimos nada relevante? Pero lo que estamos haciendo ¿no es precisamente el camino más claro y directo hacia esa irrelevancia? Esta acumulación de momentos, sin propósito, sin raíces, sin profundidad es vida y no lo es….

¿Qué hacemos? No me considero, ni mucho menos ludita. Admiro y trabajo con y por las tecnologías. Pero precisamente por estar dentro, por verlo de cerca, estoy convencido de que debemos repensar nuestra relación con las tecnologías. Y no dejar que avasallen lo que importa, nuestra educación, nuestra cultura, nuestros momentos realmente presentes, nuestros besos y abrazos, nuestra vida.

El auto es economista y socio de ARGIA, Green, Tech & Economics consulting, consultora de temas económicos, tecnológicos y medioambientales.
Fuente: Perfil

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