Rodrigo Palma, profesor en Ciencia Política

La necesidad de una forma superadora de la estructura política

Teniendo en cuenta las ideas de Sartre, que nos exhorta a comprometernos con lo contemporáneo, todos aquellos que nos interesa lo público tenemos la obligación de no mirar a otro lado en esta encrucijada. Esta encrucijada está marcada por la superación de la cosa pública y la falta de credibilidad y representación colectiva.

La palabra política hoy en día es devaluada por la opinión pública. Esto se debe a la falta de credibilidad y representatividad, que forma parte de un número importante de la ciudadanía.

Actualmente, todo aquel que decida emitir alguna opinión o entablar conversación referida a la cosa pública, entendida como el accionar gubernamental y de la dirigencia política, tendrá que estar listo para ser catalogado en algún sector de esa grieta que siempre existió y existe actualmente. Esto lleva al resultado de comentarios tales como “De política, yo no hablo”, “Hablemos de otra cosa, si no se arma discusión”, o también “a mí los políticos no me dan nada y no me interesa, yo hago la mía”. Estas reacciones son peligrosas para el sistema democrático moderno. El no querer hablar no significa que no se tenga opinión, pero el silencio sugiere aceptación o el silenciamiento de una necesidad. Esta necesidad no expresada se traducirá en la falta de una propuesta política en los actos electorales. Por otro lado, la falta de discusión de la cosa pública es la némesis del contrato social. Sin discusión, no existirán acuerdos. Sin acuerdos, encontramos necesidades y voluntades enfrentadas en disgusto, lo cual es muy peligroso en la sociedad, teniendo en cuenta la naturaleza de cómo se comportaron los pueblos o comunidades enfrentadas a lo largo de la historia. La última de las frases habla de falta de interés claramente, también falta de entendimiento del ejercicio y praxis del dirigente político.

El dirigente político, una vez llegado al poder gubernamental, debe generar condiciones para el desarrollo de la comunidad. Por otro lado, el sistema político tiene los partidos y referentes para actuar de captores o moderadores de las demandas de la ciudadanía. Esto es parte de las interacciones del sistema político, como lo explicó el teórico David Easton. Esto es lo demandable, es lo que debemos exigir a los gobernantes y dirigentes políticos. Pero el clientelismo político y la demagogia han hecho estragos en el uso y la costumbre del accionar político. Por consiguiente, lastimó la credibilidad de la gente. La falta de credibilidad trae consigo la erosión de la representatividad. Está de más decir que nuestra organización democrática es representativa. Por esta falta de credibilidad y representación de los actores, mecanismos tradicionales aparecen de manera disruptiva outsiders.

¿Qué es un outsider político?
El outsider es un actor político que aparece desde afuera del aparato tradicional. Alguien con la capacidad de leer el escenario actual, interpretar silencios, enojos, frustraciones, decepciones y sentimientos encontrados de los votantes.

Su aparición disruptiva rompe con los moldes; por lo general, se posicionan en discursos de extrema derecha. Toda la sociedad es vulnerable a estos sentimientos y “toda es toda”. Esto comprende al ciudadano que vota y aquellos que persiguen votos.

Sin una estructura nacional no se llega a una presidencia de la noche a la mañana. Tenemos que entender que, en la mayoría de los casos, estos outsiders llegan de manera legítima al poder. Eso implica necesariamente la necesidad de lo convencional ya armado. Aquí encontramos una contradicción: cómo explicamos que nuestro Presidente llegara en poco tiempo a la presidencia, a pesar de atacar continuamente en sus discursos a las estructuras y referentes tradicionales, a los cuales denominó él mismo como la casta. Simple, llegó de manera tradicional, con los acuerdos convencionales y cediendo espacios de poder. Esto último afecta a la credibilidad, pero en este caso, al interior de las estructuras partidarias.

Los partidos políticos son las organizaciones que sirven de herramientas a nuestro sistema democrático. Estas también sufren la falta de credibilidad y representación. Dentro de los partidos hay luchas y rivalidades que son resueltas en las internas, pero además existen acuerdos. ¿Qué sucede cuando estos pactos no escritos no se cumplen? Lo mismo que sucede cuando un votante le entrega su confianza al candidato y, una vez en el poder, no hace lo que propuso en campaña. Se deja de creer, desaparece la certidumbre y aparece el “Son todos iguales”.

Armazones vacíos y sellos de goma
La demagogia es simplemente cuando los dirigentes políticos en el poder utilizan sus atribuciones y facultades no en favor del pueblo, sino en favor de sus intereses personales. Cuando el uso del discurso retórico y concesiones a allegados se vuelve moneda corriente para conservar el poder. Es ese momento político cuando los ciudadanos son traicionados por intereses egoístas, que poco tienen que ver con el honor de practicar la política. Enrique Dussel dirá su frase, acuñada en su tan amplio estudio de los procesos políticos: “Los que mandan, mandan obedeciendo”.

Para que alguien tenga poder debe conseguirlo; el medio para ello en nuestro sistema son los partidos políticos. En nuestro país existen dos fuerzas que siempre marcaron la cancha: el justicialismo y el radicalismo. Esto sucede desde 1916, cuando la U.C.R. gana las elecciones en nuestro país. Luego, en 1946, Juan Perón gana las elecciones con una coalición de dirigentes sindicales, del partido socialista y de radicales no contentos con su partido de origen. Esta coalición se llamó Partido Laborista; diez meses después se disuelve y se crea el partido Justicialista. Pueden existir tecnicismos y detalles en este repaso, pero lo cierto es que aparece en la escena política argentina el PJ.

Este raconto muestra cómo las organizaciones partidarias evolucionan de acuerdo a las necesidades sociales. Las interacciones políticas nos hablan de una conexión de la sociedad con las estructuras partidarias. ¿Qué es lo importante destacar en estas dos fuerzas electorales? Las dos fueron partidos de masas. Pero hoy ya no es así, se convirtieron en impermeables, desconectados de la sociedad. Ahora las masas cuestan cada vez más nuclearlas por voluntad espontánea.

Siempre existieron otros partidos que trataron de disputar poder. Un ejemplo en estos últimos años es el vecinalismo, que tuvo importancia como expresión de voluntades. La creación de nuevas fuerzas es muy bueno para el sistema; además, está avalado y señalado por nuestra Constitución Nacional en el art. 38.

En esta época, las coaliciones y frentes protagonizan y se convierten en oficialismo. Pero sus integrantes, casi la mayoría, hicieron sus primeras bases en la U.C.R. o el P.J. Pero no conformes con las organizaciones internas y los verticalismos poco democráticos, se retiran. ¿Poco democráticos? Esta pregunta nos lleva a pensar: ¿Cómo llegan a ser candidatos los que llegan? Los que mandan en el partido, ¿Mandan obedeciendo al partido y sus integrantes? ¿Los dirigentes partidarios tienen integración con los ciudadanos fuera del partido? Los candidatos, una vez elegidos, ¿Para quién gobiernan? ¿Los partidos son independientes?

Estas preguntas parecen obvias, pero hay que realizarlas. Todos en el mundillo político saben las respuestas, pero gritar a viva voz estas respuestas tiene un costo que nadie quiere pagar. “Mejor tragar sapos”, frase muy común de la rosca política.

La retórica, la repetición de narrativas no faltan en ninguna de las fases del sistema. Pero en lo vivencial solo podemos ver, que los principios y los intereses de la ciudadanía quedan a un costado en la búsqueda del poder a la mejor escuela de Maquiavelo. Pero esto ha convertido a los partidos en armazones vacíos o sellos de goma, que se utilizan para negociar candidaturas. Instituciones que deben entender que hoy necesitan volver al pueblo. Que debe venir sangre nueva, que persiga los intereses de la gente y dé esperanza de desarrollo a la ciudadanía. Que puedan restaurar la alianza del pueblo con la práctica más noble que existe, que es el dejar un poco de uno mismo para el otro. Eso es lo que debiera ser la política en boca de la opinión pública. Los partidos y sus candidatos tienen obligadamente que evolucionar. Si esto no sucede, el pueblo intentará castigar a quienes ejercen la política, canalizando su frustración en gente, que no es más capaz, pero sí maneja mejor la retórica y se convierten, una vez en el poder, en autoritarios. Olvidando sus discursos, rodeándose de aquellos antes insultados públicamente. Borrando con el codo lo que se escribió en campaña con la mano. Gobernando quién sabe para quién, pero no para el bien común. La gente, ante el hartazgo, preferirá darle el voto a un foráneo o un outsider. O simplemente elegir malo conocido del pasado, que malo por conocer.

Esta transformación partidaria es inminente; los candidatos deben surgir del consenso, no puestos cual fuera un collage. El candidato debe entregarse a su partido, conocer la necesidad popular. Prepararse para gobernar, no solamente para ganar elecciones. El que emerja de un partido tiene que ser un mandatario etimológicamente. Está obligado a obedecer. Citando nuevamente a Dussel: “Los que mandan, mandan obedeciendo”.

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