Hernán Rossi

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Una categoría para respetar, pero que no asusta

Se nos va un año irrepetible. Parece lejano pero fue sólo hace meses que vinimos cantando desde Lanús. Y como la vida, el vértigo nos lleva de las narices. Punto y aparte.

Cruzamos el meridiano del torneo y Central está ubicado segundo en la tabla de posiciones de la Conferencia Sur. Cada uno, de acuerdo a sus expectativas iniciales, sabrá si es una sorpresa.

Si uno conjugara las ganas, los sueños, la inexperiencia temporal en la categoría y el presente económico del club respecto de otras instituciones participantes, podría concluir que el equipo está por encima de lo que imaginamos.

El arribo a la temporada se dio por una enorme campaña en el Torneo Federal con vuelta olímpica incluida, pero nos asomamos a la Liga Argentina con una mezcla de dudas y certezas. Como escribí en aquella nota de pretemporada era “imposible no volver a creer”, pero era la realidad de la competencia quien nos iba a ubicar en la palmera.

Lo primero que hay que decir es que hasta hoy, el rojinegro estuvo a la altura del torneo y de su historia. Jugando un escalón más arriba muchas veces no se notó. Sacó pecho de visitante y ya es un equipo respetado en la competencia actual.

Nobleza obliga, en lo que a la Conferencia Sur se refiere hasta ahora no hemos visto rivales de un nivel superlativo con jugadores franquicias decididamente determinantes. Si bien es cierto que aún no ha enfrentado a todos los contrincantes, queda flotando que no hay rivales de “otra categoría”.

Esa medianía es un arma de doble filo: por un lado acrecienta la esperanza de otra quijotada y por el otro, si el 2020 nos da una cachetada a esas pretensiones puede ser un golpazo. Por lo pronto, allá vamos con la mochila cargada de sueños.

Malditas lesiones

A la hora de trazar analogías inevitables con la temporada del Federal, lo primero que asoma es la enorme diferencia en cuanto a las lesiones. Cabe recordar que en la campaña pasada el equipo de Panizza-Díaz tuvo su primer lesionado en la serie final por el ascenso cuando Adrián Forastieri no pudo ser de la partida frente a Lanús.

Este año ha sido la contracara: un plantel que ha tenido diversas complicaciones físicas y hasta humanas (la situación de Zenclussen) han imposibilitado casi en el 100 % de los partidos disponer de la platilla completa.

Así y todo el equipo ha ido de menor a mayor mostrando pinceladas y hasta contundencia en el último tramo. En el debe quedan algunos juegos que dejó escapar de manera inexplicable y algunos baches defensivos que hasta preocuparon, a sabiendas que este equipo te mata de contra o en transición, pero siempre a partir de la solidez defensiva.

En el haber, las ganas de siempre, la claridad conceptual en cuanto al juego y algunos rendimientos que siguen dando que hablar.

El plantel, muchas más luces que sombras

A la hora de repasar los rendimientos individuales (desde una subjetividad manifiesta y confesable), casi todos han dado la talla. Kiki Zenclussen tal vez sea el único imposible de analizar debido a todo el tiempo que ha estado fuera del campo de juego por un año que recordará por las desdichas.

Tomy Ludueña pasó de ser el base subrogante de Nacho Fernández a titular en casi todos los juegos. Se le nota un claro progreso en la conducción aunque deberá seguir trabajando que su vértigo no se transforme en apuro y que sus piernas no vayan más rápido que su cabeza.

Adrián Forastieri no necesita presentación. Las dificultades físicas no le han permitido estar al ritmo de sus compañeros y se notó en varios juegos. Del mismo modo, con una marcha menos que el resto supo manejar varios juegos desde su inmensa capacidad de liderazgo y lectura de juego.

Lolo Capponi cambió de categoría pero no de armas: sigue siendo el pistolero que tiene el arco de 6,75 en la cabeza. Un tirador serial saliendo del rulo, llegando en transición o como sea. Mostró dificultades en la defensa sobre todo en el arranque -máxime si le tocaba marcar al alero rival- pero ha venido corrigiendo lentamente ese déficit.

José Luis Bione llegó en puntas de pies, casi a oscuras, con pocas referencias y escasas expectativas del hincha producto de ese desconocimiento. Su comienzo fue timorato y con dudas pero poco a poco se fue metiendo en la consideración del cuerpo técnico, fue ganando minutos importantes y hasta terminó en el quinteto titular. En definitiva, una buena aparición hasta el momento con interesante proyección a futuro.

Sebastián Bernasconi está intacto. No le pesó el escalón de categoría y se fajó con los grandotes rivales sin dar ventaja en ningún duelo. Si alguien albergaba interrogantes, en esta primera parte quedaron disipadas.

Gastón Córdoba es el Gardel de este equipo: cada día juega mejor. A su vez, acrecienta aquella premonitoria afirmación de quien escribe de que iba a ser ídolo rojinegro. Y tiene todo para serlo. Y va camino, si ya no lo es. Es que resume características que lo hacen especial: a la capacidad atlética le suma básquet; al esfuerzo, coraje; a la velocidad, pasión. Como si fuera poco, este año devenido más tiempo en alero que el ala pívot ha mejorado enormemente su tiro exterior y pone a sus defensores en una encrucijada: si le dan un metro, los fulmina con un tiro de tres puntos; si lo enciman, se arriesgan que en el primer paso hacia al canasto los meta al aro con pelota y todo.

Mauro Cerone es el único que hasta el momento -usando una vieja fórmula de calificación escolar- no alcanzó los objetivos. Si bien ha tenido algunos juegos interesantes, casi todas sus conversiones han sido producto de rompimientos desde el perímetro con descarga para que defina casi en soledad. Le ha costado ganar en el uno contra uno. Jugar de espaldas al canasto ha sido una tarea casi imposible de sortear. Tampoco ha sido un defensor que se destaque, hecho que podría subsanar su anomia ofensiva. Probablemente esto lo lleve a una falta de confianza. Muchas veces esto se transforma en un círculo vicioso que no deja asomar las potencialidades. Sea como sea, la segunda parte de la temporada será crucial para definir su rol en el equipo y de cara al futuro.

Mateo Díaz pone todos los preconceptos en crisis. Un chico de 17 años, que ni siquiera proviene de la cantera rojinegra es uno de los preferidos de la gente. De mínima es el mimado, el que nunca se equivoca aunque erre un pase por un metro. Se le perdona casi todo. El talento, la picardía, la desfachatez y la alegría con que juega, definitivamente contagia. Un jugador sin techo pero que tiene muchas cosas por mejorar y aprender, nos deleita todos los juegos con pinceladas de artista. Y en su juego se ven aspectos muy interesantes de analizar: en la primera parte de este recorrido era el jugador de Central que más falta recibía por juego, pero a su vez era uno de los que más cometía también. El dato de ser el jugador que más infracciones receptaba habla de su caradurez, de su coraje para ir hacia al canasto sin importar edades ni físicos. Mateo logra que crucemos los dedos para que esa fantasía que imagina y transporta a sus manos se transforme en asistencia. Por ejemplo, el recurrente pase entre las piernas de sus rivales, que intenta noche a noche, soñamos que salga siempre para rompernos las manos de alegría.

El extranjero ha sido un capítulo en sí mismo. Joshua Davenport es el caso más evidente que tenga memoria en los últimos tiempos de un jugador que va de menos a más. A fuerza de ser sincero los primeros juegos del moreno no presagiaban más que un corte en diciembre. Es que prácticamente resumía casi todos los pecados: era indiferente a la marca; cuando la bola llegaba a sus manos hacía morir la ofensiva porque no tenía incorporado el juego colectivo; no tenía tiro de tres puntos; si marraba los primeros lanzamientos no tenía fuerza anímica para sobreponerse y como si fuera poco, vivía en el suelo. Se caía de manera repetitiva. Pero algo pasó. No tengo claro qué. La adaptación, el rol del cuerpo técnico, sus compañeros, no sé si lo sabremos algún día. Pero tal vez aquel partido en la cancha del lobo platense haya sido una bisagra. Esa noche jugó un gran partido y hoy si bien no es un jugador extraordinario ni mucho menos, creo que pocos están convencidos de cambiarlo. Es casi unánime el deseo para que continúe. Esto dicho siempre teniendo en cuenta el costo-beneficio. O sea, el salario y la prestación. Para colmo, como para ratificar la mejoría en todos los aspectos del juego, en su último partido en el Bértora la rompió. Y por supuesto, se fue con su bailecito que ya es un clásico de su faz tribunera.

Del cuerpo técnico cuesta agregar más de lo que se ha dicho. A la capacidad y la experiencia conjugada en esa banca, debe sumarse la espalda que significa tener un campeonato reciente. Y tal vez el único error momentáneo achacable sea la ficha de Cerone. Pero incluso puede revertirse. El juego da revancha y la lucha por los porotos de verdad ni siquiera ha comenzado.

Los periodistas tenemos una costumbre: mirar lo que viene, analizar las potencialidades de los rivales, jugar con supuestos cruces en fases decisivas, entre otros vicios. Y a veces no nos damos cuenta de algo, miramos los otros equipos, nos alertamos con tal o cual jugador, pero perdemos de vista que desde el otro lado harán lo mismo. Seguramente pensarán, a pesar de la reciente aparición en la categoría, que hay un Gastón Córdoba, un pibe Díaz hijo de un mítico jugador, un Bernasconi, un Forastieri y así.

Es cierto que falta muchísimo. Puede pasar cualquier cosa. La debacle o acariciar la gloria otra vez. Esto es básquet y la naranja es la que define ídolos o villanos. A veces, en una décima de segundo. Pero creo que más allá de lo que marque el destino al final del camino, el hincha está tranquilo. Está contento. Disfruta. Exprime el momento. Sabe, a fuerza de experiencia, que falta mucho para que las lágrimas sean protagonistas otra vez. Y que esas gotas salobres pueden prorrumpir con un grito ahogado de la tristeza más profunda o del desencajado llanto de alegría. Todavía falta. Por lo pronto, allá vamos con la mochila cargada de sueños.

(*) Hernán Rossi, periodista.

Foto: Ricardo Santellán.

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